Letra Internacional

Antonio Hernando: «El futuro está en la innovación»

por Rosa Pereda

Letra Internacional nº 103, Verano 2009

Entre las patentes creadas por Antonio Hernando y los miembros del Instituto de Magnetismo Aplicado que él dirige -Guillermo Rivero, Jesús González, Patricia Crespo, Pilar Marín y Patricia de la Presa-, se incluyen, además de la pulsera para avisar de la presencia de maltratadores en casos de alejamiento legal, métodos para mejorar los sistemas de seguridad en los trenes de alta velocidad, un sistema sensor-actuador para su aplicación en las cuerdas vocales, un esfínter artificial que aliviaría los casos de incontinencia, o un sensor de válvulas cardiacas. Entre otras muchas. Más de trescientos trabajos de investigación publicados; muchos, muchos premios como el más reciente, el de la Real Sociedad Española de Física y la fundación BBVA por el «elevado grado de transferencia de conocimiento a las empresas» de su trabajo, y una pasión, la investigación científica. Esa indagación en la realidad, a la busca de las leyes bellas que la rigen. Y con un caballo de batalla: la ciencia debe ayudar a construir una sociedad en la que el célebre I+D+i sea más que un propósito, sea el motor del desarrollo y la modernización, ese círculo virtuoso que pone en contacto la investigación y la innovación, y que devuelve a la sociedad lo que la sociedad pone para permitir y financiar la investigación.

Antonio Hernando, sesenta años, que considera un privilegio poder dedicarse a una actividad de la que está enamorado, es un hombre al que le gusta patear la sierra y montar a caballo, que cría burros en sus ratos libres y que frecuenta los medios artísticos, la lectura filosófica y las matemáticas puras. Que ama sobre todo la música, y detesta la televisión. Que juega al fútbol, pero no lo ve ni en la cancha ni en la tele. Es simpático, conecta rápidamente, tiene un peculiar sentido del humor, inteligente y autocrítico. Y habla con pasión. Es uno de esos cerebros que piensan el futuro de este país, y que le hace pensar a una que ese futuro está en buenas manos. En esta entrevista se habla de muchos temas, que relacionan la ciencia con la vida social, con la política, con las ideologías. Antonio Hernando -no confundir con su tocayo, el secretario de Ciudades y Políticas Municipales del PSOE- fue en las listas de Miguel Sebastián al Ayuntamiento de Madrid, según él, porque «como mi compañero de Academia, Jesús Ávila, somos científicos y tenemos un talante progresista». Es, dice, la única vez que ha tenido relación directa con la política. Aunque nuestro primer tema sea, precisamente, la política y la ciencia:

Claro que la política científica de un país condiciona la investigación. Desde la política se determinan los temas de interés, aunque los marca más bien la propia comunidad científica. Pero bueno, sí, hay una interacción entre la política y la ciencia. Pero decir que la ciencia es política, no creo que sea más verdad que decir que cualquier otra actividad humana es política. Y la ciencia tiene unas características que la hacen, en algún sentido, más independiente de la política que otras actividades humanas.

Ya, pero, en el sentido de que la política determina los dineros, por lo menos los públicos...

Sí, efectivamente, existe ese condicionamiento, claro, y no podría ser de otra manera. La investigación científica requiere sumas de dinero considerables y, lo que llamamos la investigación básica, a medio y largo plazo, no podemos esperar que sean sólo las empresas las que la financien. Yo creo en el Estado y en la política de investigación de los Estados, creo en eso. Pero la ciencia de calidad tiene unos criterios de validación que la hacen muy independiente. Los políticos pueden orientarla, quizá señalando algunas prioridades, focalizando más un tema que otro, pero lo que es el resultado de la ciencia no es susceptible de politización.

Eso debe dar una cierta sensación de inocencia, o de libertad.

Yo diría sí, de libertad y, diría que, más aún, de poder. Una forma de poder que no es habitual, pero hay una satisfacción enorme en sentir que se pueden conocer cosas todavía desconocidas por los demás; que se puede entender lo que los demás no ven. Yo creo que produce una gratificación equivalente a la que tienen los que ejercen el poder. Por eso es importante ser consciente de que, aunque los descubrimientos científicos y la comprensión que tenemos los científicos siempre está restringida a un grupo minoritario de personas, esas personas tienen un compromiso con la sociedad, un compromiso particular que va más allá de la comunidad científica. Es el compromiso de que a eso se ha llegado porque lo permite la sociedad. La ciencia existe y está al nivel que está porque es un proceso, en el que podemos intervenir, y eso es posible gracias a la sociedad. Eso compromete al científico.

Cuando te decía lo de inocente, me refería a que supongo que os plantearéis las repercusiones morales o éticas de la investigación científica.

Mira, a mí eso, pese a los barullos mediáticos, no me preocupa mucho, en el sentido siguiente: es imposible frenar el descubrimiento. El afán de descubrir cosas es algo inherente a lo que podríamos llamar la evolución cultural. Es el motor de la evolución, por eso no ha habido forma de frenar el afán investigador de las personas, no ha habido forma. Ni las religiones ni las ideologías pueden frenar la actividad científica. Y yo creo que eso es un dato muy importante.

Ahora, una vez que eso se sabe, es evidente que cualquier nuevo descubrimiento se puede utilizar para hacer bien, para hacer mal, para hacer una cosa o hacer otra. Pero eso no es lo primordial en el proceso, lo primordial en el proceso es el afán de descubrir. Y en ese sentido yo creo que ese afán se escapa un poco de la dimensión moral, es algo como el afán de comer; uno puede decir «hombre, comer, se puede uno matar comiendo», pues sí, pero el comer, o el descubrir cosas, no es un sujeto moral de entrada. Y aunque, evidentemente, el hecho de que un descubrimiento pudiera utilizarse para hacer el mal no creo que paralice a ningún investigador, el que se hayan utilizado para el mal tantos descubrimientos no frena la investigación científica.

Entre paréntesis, y por señalar un tema polémico, ¿Qué posición tienes respecto a la polémica investigación sobre las células madre?

No tengo un criterio demasiado elaborado. Lo que si constato es que hay y habrá investigación con células madre.

Se pongan como se pongan.

Claro. Desde luego, desde el punto de vista científico, la idea es una maravilla. Es decir, para los que hemos trabajado toda nuestra vida en química o en física, ver a dónde está aproximándose la biología en este momento, es un motivo de enamoramiento. Yo soy físico, he trabajado en electromagnetismo, pero eso no me impide percibir que, en el campo de la biología, los descubrimientos son espectaculares. Por ejemplo, lo que se está empezando a vislumbrar acerca del funcionamiento del cerebro, del córtex humano, lo que es pura matemática de la sincronización de distintas áreas para los actos cognitivos, es algo tan atractivo que no lo va a frenar nadie, aunque las aplicaciones y las consecuencias de esas aplicaciones resulten ser lo que resulten ser.

Claro, pero el hecho de que sea el interés público o las empresas privadas quienes puedan dirigir las cosas por un camino o por otro....

Vamos a ver: la ciencia está en la realidad de la vida, y los científicos somos personas. Lo que tenemos de bueno es el método de trabajo, el método científico. El cerebro humano es un resultado de la evolución natural, pero es un instrumento que permite cambiar las reglas de la propia evolución natural. Yo creo que eso es milagroso, en el sentido más laico de la palabra, porque supone que, fruto de la evolución de la materia, surge algo que es capaz de reflexionar sobre esa evolución y cambiar, mediante el conocimiento científico, el ritmo de esa evolución; lo podemos cambiar para bien o para mal, independientemente de lo que se entienda por bien o mal, pero, si podemos romper la tierra, romper la atmósfera, también podemos mejorar la tierra y mejorar la atmósfera... El hecho de que, del fruto de la evolución y reflexión surja la capacidad de entendimiento, es una cosa buena y es inevitable. Ahora bien, esa actividad de conocimiento requiere también tener satisfechas necesidades que no son sólo las perentorias, sino también las necesidades sociales.

Y con esto me refiero a los ejemplos sociales, esos malos ejemplos del poder del dinero, en la situación que vivimos. Estos sueldos astronómicos que tiene alguna gente. Pues todo eso lo mimetiza la sociedad, y los científicos también, y a todos nos gusta tener más dinero y nos gusta vivir mejor. La actividad científica, y la remuneración de esa actividad, están vinculadas al Estado o a las empresas. Cuando el Estado y las empresas son conscientes de que están pagando la ciencia, inevitablemente tienen una tendencia a que esa actividad científica vaya enfocada al beneficio económico y al beneficio social y entonces, existe, como te digo, evidentemente un condicionamiento.

Ahora, hay una parte de la actividad científica que también se escapa a esa condición. A mí no me pagan por entender la magnetoencefalografía, por poner un ejemplo; a mí me pagan por dar clase en la Universidad y hacer un artículo de vez en cuando. Pero hacemos muchas otras cosas que no nos pagan. La ciencia tiene una belleza, incluso haciendo la ciencia más aplicada, más al servicio de una empresa o al servicio de un Estado, o al servicio de una institución, y la satisfacción de ese quehacer científico, esa sensación de poder, no te la quita nadie, no te la puede condicionar nadie. Eso es así, yo creo. Lo que no quita para que haya personas que usen la ciencia, o sobre todo la etiqueta de científicos, como una mercancía. En realidad, todos utilizamos la ciencia como mercancía, porque vivimos de ella, pero es una cuestión de posología.

Así las cosas, ¿cómo ves tú el presente de la investigación científica de alto nivel, como la tuya, en España, y qué se supone que hay que esperar para el futuro?

La comunidad científica, como toda la actividad científica, tiene unos métodos, unos baremos, unos índices, que permiten, con todos los márgenes de error que quieras, clasificar y distinguir entre científicos. En Filadelfia existe una institución, el Servicio de Información Científica, que tiene como misión hacer estos índices, recoger las publicaciones y señalar el impacto que tienen en la comunidad. Hay gente que a lo mejor ha publicado pocos artículos pero son importantísimos, y los han citado docenas de miles de personas. Hay quien en su vida ha publicado nada, por tanto no les han podido citar; hay gente que ha publicado mucho, pero lo ha hecho muy mal.

El Centro es capaz de clasificar todo esto y dar una información objetiva, de tal manera que se puede evaluar el nivel tanto de un científico o un equipo, como de un país. Y parece que hay un consenso muy amplio en la comunidad científica de que esos índices son lo mejor que tenemos para saber si un individuo es un científico productivo o no lo es, aunque existan unos márgenes de error. Y en este sentido, España no está mal en el presente, sobre todo si la comparamos con la España que mi generación encontró cuando empezamos. El cambio ha sido brutal y, además, hay que reconocer que hubo un momento de inflexión, que fue un momento también objetivo, muy preciso.

Hay varios esfuerzos a lo largo de la historia, incluso en los últimos tiempos de Franco, pero hay un momento que, yo creo, desde el punto de vista de la influencia de la política en la actividad científica que es cuando está de ministro Javier Solana. En ese momento, se puede decir que es cuando realmente un gobierno español se toma en serio el tema de la investigación y se toman medidas que facilitan el despegue de lo que ya venía, de alguna forma, fraguándose ahí. Y ese momento a mí me recuerda otro momento histórico importantísimo, que fue cuando la Junta para la Ampliación de Estudios estableció su política de inversiones, enviando a los jóvenes científicos a los centros que tenían esa tradición y sabían hacerlo.

Algo parecido fue la Ley de Reforma Universitaria de agosto de 1983. Es verdad que a partir de mediados los años 90, la política de los gobiernos no ha sido ni tan decidida ni tan clara, pero fruto de aquello es que ahora mismo, si tú miras la actividad científica en España es -yo diría- muy decorosa, comparada sobre todo con nuestro pasado, e incluso en algunos campos competitiva con los vecinos europeos. Ahora bien, después de esta etapa que he dicho, de la que ahora se están recogiendo, veinte años después, los frutos, no ha habido más impulso. Después de aquel momento en que estaban Maravall, Solana, Juan Rojo y Alfredo Pérez Rubalcaba, el interés del Gobierno por la actividad científica se difuminó mucho, decreció el entusiasmo.

¿Qué es lo que nos falla en este momento? Porque en impacto científico, publicaciones, etc., estamos en un momento bueno, decoroso, decente. Lo que me preocupa a mí es el futuro, es ¿a dónde va esto? ¿Qué nos ha faltado? Pues yo creo que nos ha faltado alguien que hiciera lo que hicieron los primeros gobiernos socialistas con la investigación, con la innovación. Y yo creo que sí que son conscientes de ello los políticos, nuestros políticos, cuando hacen hincapié en la investigación, en I+D+i.

Si entendemos que la investigación convierte dinero en conocimiento, -ese dinero que condiciona, del Estado, de la empresa- puede pensarse que llegará un momento en que la sociedad diría «bueno, aquí no hacemos más que poner dinero para conocimiento, hay unos cuantos que saben mucho, pero ¿hasta cuándo vamos a tener que seguir poniendo dinero?». La única forma de salir de ese círculo es la innovación: convertir el conocimiento en dinero. Así de sencillo. Es decir, que el círculo se cierra, y se ha cerrado en Estados Unidos y en Japón más que en Europa, porque ha habido junto a esa investigación que requiere que el Estado y las empresas públicas y privadas den ese impulso inicial, esa otra, también impulsada, que se emplea en la innovación tecnológica. Porque si al cabo de los años ese impulso inicial no tiene ningún reingreso, no hay luego una parte de ese conocimiento que se convierte en dinero para esos mismos que han invertido ahí para esa sociedad, para el bienestar de esa sociedad, entonces llega un momento en que lo más que pueden hacer es mantener a cien profesores de universidad investigando, pero nunca puedes tener una sociedad que tenga un I+D y una fracción del PIB dedicada a I+D del orden como la tiene Alemania, por ejemplo, en Europa, o la que tiene Estados Unidos.

Es decir, para que nosotros pudiéramos asentar este resultado atractivo inicial del despegue con una perspectiva histórica de futuro, necesitaríamos que una fracción del dinero que se ha invertido en España se recuperara a partir de la innovación. Entonces, la innovación automáticamente multiplica el esfuerzo inversor, tanto del Estado como de las empresas.

Además éste sería el momento en el que la investigación revierte en la práctica social, en la vida social, ¿no?

Lo que es evidente es que, y este es el punto, quizá, importante a dónde queríamos llegar, es que yo no puedo andar reivindicando la belleza de la ciencia, es que no la puedo andar reivindicando...

Para eso está la literatura, y es más barata.

... y digo pues mira qué bonita esta obra de Chéjov que han puesto aquí en el María Guerrero. Pagas la entrada, o vas a oír la ópera y pagas el concierto. Es decir, que lo que yo hago y me gusta mucho, está muy bien y, es verdad, porque es verdad, que la mayoría de los compañeros científicos que conozco están enamorados de su ciencia y de su actividad, pero es verdad que un paso siguiente es decir «pero nos pagan por ello». Una sociedad debe mantener un grupo de gente inteligente, porque eso honra a esa sociedad, debe mantenerles investigando en ciencia pura, ¿pero a cuántos? Para tener una sociedad basada en I+D, tiene que tener un volumen de personal investigando, y parte del dinero que se invierte en ellos tiene que revertir en la sociedad, si no, no hay quien lo mantenga, así de sencillo.

Estoy pensando que un ejemplo muy bonito y muy maravilloso de cómo tu investigación en los campos magnéticos, de los cuales yo entiendo poco, aunque luego te voy a hacer preguntas muy osadas, tiene utilidad social, es la pulsera...

Sí, la pulsera es un ejemplo bueno. Fue un desafío que nos hizo la Comunidad de Madrid. Fueron al Instituto a preguntar si había algún sitio donde se pudieran hacer esas pulseras para avisar a la víctima de la proximidad del maltratador cuando hay sentencia de alejamiento. Y yo lo planteé en el Instituto, y un compañero que trabaja conmigo en el Consejo, Jesús González, digo: «Antonio, yo estaría encantado de diseñar eso». Y fue un diseño muy interesante, que patentamos; la Universidad le dio a la Comunidad de Madrid la patente y le perdí la pista. El interés de nuestra pulsera era el cambio de lógica: lo que todo el mundo piensa cuando se habla de la proximidad del agresor a la agredida es en los GPS, que avisan a la policía; para los GPS, como para los teléfonos móviles, hay zonas que no tienen cobertura. Nosotros nunca pensamos sólo en GPS, no pensamos en algo que diera a terceros la situación de dos personas, la cobertura de dos personas, sino simplemente la distancia entre ellas. Un sistema de radiofrecuencia que ideó Jesús González en nuestro laboratorio. Nosotros desarrollamos aquella idea, la patente se la dimos a la Co munidad de Madrid y nos desentendieron del problema, hace cuatro años o así. Y ahora veo que, tanto la Comunidad de Madrid como el Gobierno, hacen hincapié en la idea de la distancia real. El Ministerio de Igualdad acaba de sacar un concurso pidiendo el GPS, pero también con radiofrecuencia, la idea que dimos nosotros entonces. Se ve que nuestra contribución fue importante por la introducción de la radiofrecuencia, que es lo que permite saber la distancia. Porque esa era la gran preocupación. Cuando hablábamos de esto con asociaciones de mujeres, siempre nos decían: «Pero, bueno, ¿y algo para avisar a la policía?». Por supuesto, se puede avisar a la policía pero para mí lo más importante, más que avisar a la policía, era que la víctima supiera que se acercaba el agresor para poder esconderse, pedir auxilio..., porque hay veces que la policía por razones inevitables tarda mucho, mientras que si la víctima pudiera hacer algo... No sé lo que ha pasado, pero no me importaría nada volver a ello, a intentar llegar al final del prototipo, aunque esto necesitaría una empresa vehículo, porque, claro, no es misión de la Universidad acabar un prototipo...

Y luego producirlo así masivamente, ¿no? Cuéntame un poco, yo soy de Letras, qué es el electromagnetismo, qué tiene qué ver con la idea un poco vertiginosa de la discontinuidad de la materia...

Sí, claro. Yo sé muy poco de lo que se sabe. Pero tenemos que tener claro que lo que ahora mismo se sabe, es mucho menos que lo que nos queda por saber. Creo que cuando decimos que el siglo XX ha sido el siglo de la física, que ha conocido la discontinuidad de la materia, las interacciones fundamentales, el funcionamiento de las estrellas, los agujeros negros, etc., ocultamos que, para que casen las cosas, parece que hay un 80% de la materia y de la energía que no sabemos lo que es. Quiero decir que la ciencia tiene esa gracia que es..., lo decía con mucha belleza mi amigo Paco Ynduráin. Decía: «A medida que aumenta el conocimiento parece ensancharse la circunferencia fuera de la cual hay sombras». Parece que según vas conociendo más, va aumentando el terreno de lo desconocido. Esto yo creo que es un principio de modestia realista que todo científico debe tener presente. Lo cual no quita que eso sirva como argumento a los enemigos de la ciencia.... La ciencia sabe muchas cosas, lo que pasa es que según va sabiendo más, más cuenta se da de lo que le queda por saber.

El electromagnetismo por el que preguntabas, forma parte de una de las cuatro interacciones fundamentales que se conocen. Simplificando mucho, la interacción fuerte, que es la que mantiene unido el núcleo del átomo; la interacción débil, también nuclear, que tiene que ver, por ejemplo, con la radiactividad; la interacción gravitatoria que es la que parece que rige el funcionamiento del universo, de las de las galaxias, y de la Tierra, y que hace que caigamos de la escalera y nos partamos la cabeza. Pero lo que es habitual en nuestra escala es la interacción electromagnética. Toda la química, la unión de átomos unos con otros, la relación de moléculas, todos los fenómenos químicos, son esencialmente electromagnéticos.

Lo que tienen de química y de física la célula y la vida, es electromagnetismo. O sea, la biología y la química serían parte del electromagnetismo. Es lo que ha permitido la vida en la Tierra, porque la luz del Sol lleva un campo electromagnético que trae la energía del Sol a esta mano que estoy moviendo. Es decir: no hay ninguna reflexión que puedas hacer sobre la física o química de la vida, de la superficie de la Tierra, que no esté gobernada por los campos electromagnéticos. Por eso me hace gracia cuando la gente dice ¿oiga, los campos electromagnéticos son malos? No, no, los campos electromagnéticos se han conocido muy bien porque es la parte de la física, diríamos, más cerradita, mejor acabada. Esto es importante, porque cuando se acaba el electromagnetismo con Maxwell en el siglo XIX, y luego se estudia la mecánica cuántica, y viene la relatividad, y las dos teorías dejan impacto, cambian las leyes de Newton, cambian muchas cosas, pero, a día de hoy, no hay ningún experimento que permita decir que las ecuaciones de Maxwell, del electromagnetismo, estén mal. De tal forma que el electromagnetismo ha sido un paradigma para todas las ciencias. Todas las ciencias, incluso dentro de la física, quieren parecerse al electromagnetismo.

Es un modelo.

Es el modelo, porque cumple todos los requisitos del método científico, uno por uno, y además ha resistido todas las pruebas. No quiere decir esto que en el futuro no se cambie, pero a día de hoy ha resistido.

¿Tú crees que podría ser un modelo también para la lógica, para el pensamiento?

Yo creo que eso es prematuro, nosotros no podemos aún hablar rigurosamente, científicamente de lógica...

¿Prematuro? Si llevamos desde...

No, pero científicamente no sabemos cómo funciona la lógica, como funciona el cerebro. Eso es lo que quiero decir.

¿La lógica misma?

Sí, el electromagnetismo se conoce muy bien, y lo sabe muy poca gente, pero la lógica... todos hablamos de la lógica y nadie sabe cómo funciona el cerebro. Por eso estaba yo leyendo este artículo sobre la magnetoencefalografía. ¿Te aburre lo que te cuento?

En absoluto, vamos, me apasiona, me emociona completamente, y eso que soy de Letras. Pero sí que tengo la impresión de que, de alguna manera, todos estos descubrimientos deberían cambiar la lógica....

Seguramente cambiará cuando sepamos, científicamente, el funcionamiento del cerebro. El funcionamiento del cerebro no se conoce, científicamente, pues la ciencia está basada en la experimentación y no es fácil experimentar en un cerebro humano, no se puede abrir la cabeza a nadie para ver cómo funciona... Eso no se puede por razones éticas obvias. La inteligencia sugiere cómo hacer medidas sin matar a las personas, y un refinamiento extraordinario es la magnetoencefalografía. En lugar de poner los electrodos y andar tocando, te ponen una especie de secador, como los secadores de pelo, y allí hay 140 sensores de campo magnético. Las neuronas funcionan como corrientes eléctricas, y cuando muchas neuronas próximas están actuando sincronizadamente, esa corriente es la suma de todas ellas. Tú imagínate que en 2 mm, todas las neuronas, que hay muchísimas, llevaran la misma corriente, sería una corriente suficientemente grande para que produzcan un campo magnético que se puede medir. Entonces la magnetoencefalografía permite medir la actividad celular cerebral.

La resonancia magnética es muy buena para ver las zonas que están activas en el cerebro, porque tienen distinto flujo de azúcares, etc., y con el contraste se puede ver. Pero este método que te digo permite una cosa más importante, relacionar, en tiempo real, una zona del cerebro con otras. Ahora es cuando se está empezando a ver, por ejemplo, la importancia que tiene la sincronización de una zona del cerebro con otra en lo que se llama el problema fundamental del cerebro, que es la asociación.

La idea es ésta: cuando nosotros estamos bien, tú me estás viendo a mí y yo te estoy viendo a ti, estamos haciendo una asociación, porque lo que verdaderamente nuestros ojos están viendo, moviéndose muy deprisa, son unas profundidades, unos segmentos, unas formas, unos colores, y cada parte del cerebro ve cosas distintas, luego tiene que haber otra parte que una todo eso que vemos, y me diga «esto es Rosa, esto es Toni». Y eso se hace por sincronización de las zonas. Y se sabe porque ha habido quien lo mide, porque si no se midiera podría hacer cada uno la teoría que quisiera, pero cuando las cosas se miden y se observan, la libertad de pensamiento queda muy restringida, porque ya tienes que encontrar las pruebas que casen con tu teoría.

Por lo menos hasta que no aparezca otra nueva...

Claro, esto es, cuando te he dicho que era prematuro al hablar de la lógica, ya sé que llevamos siglos hablando de lógica pero no sabemos lo que es la lógica. Sobre todo cuando se hacen modelos y teorías.

No, si a mí me hace mucha gracia que, por ejemplo, la historia del Big Bang se parezca tanto al Génesis. Y me pregunto si la carga del Génesis prepara a los científicos para ver el Big Bang, o si lo del Génesis fue una intuición gloriosa...

La teoría del Big Bang es relativamente científica, es a dónde se llega extrapolando hacia atrás, pero bueno... A día de hoy, es la explicación mejor de lo que estamos viendo. Ya te digo, siempre tenemos que tener en mente que lo que nos queda por conocer es mucho más que lo que conocemos.

O sea, que no podemos entender la ciencia como dogma de fe.

Todo lo contrario. Pero, claro, lo contrario... es que ahí está la contradicción, es lo contrario porque la ciencia es siempre «a día de hoy», porque puede haber un experimento que te tire por tierra todo lo que hay. Ahora, lo que hay a día de hoy está bien establecido. Vamos a ver, te pongo un ejemplo que creo que lo resume muy bien.

La teoría de la relatividad ha cambiado las ecuaciones de Newton. Pero las ha cambiado en una escala determinada. En la escala habitual, las de Newton están bien porque ¿cómo, si no, íbamos a haber adivinado todas las mareas, las posiciones de los planetas, etc., si no estuviera bien lo de Newton? Para otra escala hay que corregirla, pero lo que está bien establecido en ciencia, sigue siendo válido en su escala. El avance científico introduce cosas nuevas, pero preserva muchísimo.

Por cierto, hay teorías que hablan de las muchas dimensiones....

Bueno, sí, la teoría de las cuerdas quiere establecer muchas dimensiones, pero no se acaba de entender, no se acaba de probar, matemáticamente necesita de la teoría cuántica, y necesita recorrer un largo camino. Mira, para ir de un punto a otro, la luz recorre el camino por el que tarda menos, no el más corto, y esa parece una regla general, una regla simple y bella. Pero cuando nosotros observamos el mundo a una escala distinta que la nuestra, observamos comportamientos que no obedecen a nuestra lógica. Por ejemplo, la mecánica cuántica, que surge de la observación de los fenómenos atómicos, no respeta muchos principios de la lógica tradicional. A Einstein le molestaba, decía que eso estaba mal, decía: si la mecánica cuántica es verdad, el mundo es que está loco. Bohr le contestó: pues está loco. Pero a escala atómica... Yo no creo que sea repugnante a la razón, porque el cerebro construye la lógica con los datos de la escala que ve, que recibe las sensaciones. O sea, si nosotros viéramos desde que nacemos cómo se comportan los átomos, probablemente nuestra lógica sería distinta. Es decir, que la lógica nuestra se ha creado condicionada a nuestra escala de observación, que nosotros estamos condicionados por nuestros sentidos. Si nosotros aquí tuviéramos microscopios electrónicos en lugar de ojos, nuestra lógica sería otra.

Claro, pero es que ahora ya hay telescopios potentísimos, microscopios electrónicos, todo el proyecto genoma y todo eso... por eso te decía si la física modifica la lógica...

Todo eso es todavía una escala más parecida a la nuestra, pero vamos, ya están ahí la nanociencia y la nanotecnología, que creo que nos irán cambiando. El otro día en un coloquio en el Instituto de España, en el que participaba también Fernandom Vallespín, catedrático de sociología y ex director del CIS, estuvimos hablando de cómo, a los niños, el teléfono móvil les va a cambiar la vida, si será bueno, si será malo, si se lee más o menos... Yo les puse un ejemplo, que no lo tenía pensado, que surgió. Decía que tampoco nos debe preocupar tanto siendo progresistas. Tú imagínate que la evolución natural, en vez de tomar el ritmo que se toma, fuera rápida, y que la abuela no hubiera tenido ojos y yo ya tuviera ojos. ¿Tú no crees que la abuela estaría comentando con sus amigas: fíjate este chico, no va a poner atención a sus pensamientos, va a estar siempre distraído con cosas? Es decir, que todo lo que no se ajusta al ritmo, todos los cambios más rápidos que el timing propio de los fenómenos naturales, asustan. Lo característico de la evolución cultural es su ritmo, tan rápido respecto al de la evolución natural de las cosas.

Y yo creo que cuando nos hacemos mayores, más. Pero para terminar, háblame de las relaciones entre la ciencia y la filosofía, si es que existen.

Siempre me ha interesado mucho la filosofía, como contraste con lo mío. En general, no la entiendo, me cuesta mucho entender algo. Me ha interesado por la atracción de los opuestos y me ha gustado mucho. En la filosofía veo como en las matemáticas «puras» lo que es el esfuerzo, la capacidad del cerebro. Pero sí que creo lo siguiente, creo con Einstein que el pensamiento, los patrones lógicos, no tienen por qué tener relación con la realidad, por tanto, creo que la filosofía es un esfuerzo maravilloso que ha permitido el rigor intelectual, la tensión intelectual, que jugó un papel en la evolución cultural, porque a falta de datos la filosofía es el sustituto de la ciencia. Cuando hay datos, cualquier filosofía, cualquier reflexión, tiene que estar muy atenta y muy acorde a esos datos, o si no... Sobre todo donde no hay datos, en aquellos campos que no hay datos: lo que pasa más allá cuando nos muramos, cosas de esas que no son sujeto de ciencia, cada uno tiene derecho a decir lo que quiera, como puro juego. Sobre las otras... La filosofía ha sido a veces el sustituto de la ciencia donde no había datos. El pensamiento de los presocráticos es tan vasto porque no tenían datos, pero tenían esa enorme curiosidad por el entorno que es el principio del método científico.

Hace bien poco me tocó hacer la necrológica de mi amigo Paco Ynduráin en la Academia de Ciencias. Y recorría su pensamiento, y creo que lo que dijo acerca de este tema, expresa bien el mío: cualquier reflexión, entrelazada de razonamientos lógicos, o contiene, implícita o explícitamente, la realidad científica conocida hasta ese momento, o es hueca. En palabras de Einstein: «Las proposiciones que se obtienen por un proceso puramente lógico son vacías de contenido en lo que respecta a la realidad». Hoy, como indica Mosterín, no podemos hablar de naturaleza humana sin tener en consideración el genoma humano, como desde hace siglos no podemos hablar de astronomía desde una perspectiva geocéntrica. Por tanto, las consideraciones filosóficas establecidas sin cuidar su congruencia con el estado actual de la ciencia, o el vigente patrimonio científico, se convierten en meras florituras académicas que agotan en sí mismas su posible interés.

Me da la impresión, a la vista de las proyecciones, concretamente, de la sanidad, -y pienso en la «gripe mala», y el estado de ánimo que está creando, pero también en la aviar, en las vacas locas, en la persecución al tabaco...- de que la ciencia, bien combinada con los medios de comunicación, está haciendo el papel de los profetas y de los poderes religiosos, de los terrores religiosos. Sabemos qué función tuvieron aquellos en el control social. A lo mejor, ahora, la ciencia, parcial y debidamente amplificada, cumple la misma función... ¿Sois los científicos los Jeremías actuales?

La ciencia es un concepto que puede utilizarse para el dominio intelectual de las personas, como los principios sagrados antiguos a que haces referencia. Pero la ciencia es sólo un método de conocimiento que surge de la observación, la medida, la búsqueda de la ley que sintetiza los resultados de las medidas y la búsqueda posterior de un principio del que la ley se pueda inferir como un corolario. Este método es poderoso y aún no podemos aplicarlo a todos los fenómenos. En una palabra, en muchos fenómenos complejos, como los sociales, los económicos, los que dependen de la actividad cerebral humana, no sabemos cuáles son los parámetros relevantes que hay que medir para poderlos convertir en objetos genuinos de la ciencia.

La ciencia se ha podido aplicar a pocas cosas de las que realmente parecen interesar a las personas de modo inmediato. La ideología, las creencias y sobre todo la opinión, pretenden revestirse de autoridad clamando su carácter científico. No hay que creer en eso. Cualquier opinión se puede postular como científica para ser impuesta. Creo que hay que ser críticos y cautos cuando escuchamos a alguien recurrir al adjetivo «científico» para defender su propia opinión o ideología. Cuántos anuncios fracasados de bonanzas y desgracias se han establecido desde supuestas bases científicas. Insisto, verdades científicas sobre lo que interesa más al ser humano, de modo inmediato e instintivo, hay pocas.

Hace sol en la terraza de la Castellana madrileña donde grabamos esta entrevista. Toni Hernando se deja fotografiar con paciencia y coquetería. Ha hecho un enorme esfuerzo por acercar algo la física a una señora de Letras, y yo creo que una punta del futuro que se entrevé, sin evitar el vértigo, está aquí, en estas páginas, en las que tengo la impresión de que no se han escamoteado los grandes temas, sobre todo por su parte. Hace sol en la terraza, ese sol que nos manda los campos magnéticos que han producido y que mantienen la vida. Y que nos pica en la cara.

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