Ayer (Revista Digital)

Ni tan jóvenes, ni tan bárbaros. Juventudes en el republicanismo lerrouxista barcelonés

por Joan B. Culla y Clarà

Ayer (Revista Digital) nº 59, (3) 2005

Resumen: El artículo estudia la incorporación de las juventudes en el republicanismo barcelonés de comienzo del siglo XX como un importante elemento de dinamización y modernización del partido. Este rejuvenecimiento de la política republicana tuvo una vertiente de explicitación teórica de contenido regenerador, pero también tuvo contenido pragmático a través de la agresividad verbal y de hecho contra los rivales políticos y sociales. Tras la «Semana Trágica», el traslado a Madrid de las actividades de Lerroux marcó el arranque del prolongado y conflictivo declive del lerrouxismo popular barcelonés, que hasta fines de los años diez mantuvo como rasgos fundamentales la agitación y la estridencia juveniles.

Palabras clave: juventud, republicanismo, Cataluña, España siglo XX .

Abstract: The article analyses the incorporation of young republican members into the Radical party in early twentieth century Barcelona. This recruitment had a remarkable, modernizing twofold effect. First, it led to a theoretical renewal of the party's message by incorporating a «regenerationist» discourse. Second, the inclusion of youth into the party led to a more radical discourse and increasing aggressive actions against political and social opponents. Following the «Tragic Week» (1909), the moving of the party's leader, Alejandro Lerroux, to Madrid was the starting point of a long and conflictive decline of Barcelona's popular lerrouxism as a movement that was to maintain youth stridency and stir as its main features until the end of the 1910s.

Key words: youth, republicanism, Catalonia, 20 th Century Spain.

La concurrencia a las elecciones generales del 19 de mayo de 1901 —las primeras del flamante siglo x X — ofreció, en la circunscripción de Barcelona, dos novedades significativas. Una de ellas era la entrada en liza de una candidatura catalanista —llamada «dels Quatre Presidents» — que iba a ser el hito fundacional de la Lliga Regionalista. La otra fue la presentación de una lista de confusa amalgama republicana en cuyo seno, junto a dos ilustres septuagenarios (Francesc Pi i Margall y Nicolás Salmerón) y a otros dos respetables cincuentones (Tiberio Ávila y Josep Maria Vallès i Ribot), aparecía un personaje de treinta y siete años recién cumplidos, periodista de extrema izquierda y presidente a la sazón de la Juventud Republicana de Madrid: su nombre era Alejandro Lerroux García.

Una vez comprobadas la pasividad, la resignación ante el caciquismo, la inhibición de sus compañeros de candidatura (ni Pi ni Salmerón, por ejemplo, se molestaron en abandonar sus respectivos domicilios madrileños para acercarse a la capital catalana), Lerroux resolvió improvisar una campaña personal, discursiva y metodológicamente rompedora con las pautas del republicanismo decimonónico. A su término, la víspera de los comicios, el aspirante a diputado tuvo la ocurrencia de contratar a un grupo de ociosos para que esparciesen por el centro de la ciudad miles de hojas volanderas con su candidatura y su manifiesto electoral. Los redactores del órgano catalanista La Veu de Catalunya, escandalizados por la novedad, comparaban al día siguiente tan insólita práctica con «las mil artimañas de que se valen los americanos para hacer propaganda electoral» [ 1 ] . Y así era, en efecto: la dinamización, la modernización y el rejuvenecimiento constituían los tres e inseparables vectores del incipiente revival republicano barcelonés. La política de masas comenzaba a hacer su irrupción en la Ciudad Condal, y uno de sus efectos más visibles iba a ser la puesta en marcha de un proceso de relevo generacional en la cúpula antimonárquica.

Si la esforzada elección de Alejandro Lerroux como diputado a Cortes en mayo de 1901, su ruidoso debut en el Congreso y su intenso protagonismo político a lo largo del bienio siguiente ya constituyen síntomas claros de ese relevo generacional, cuando, desde principios de 1903, Lerroux pone en marcha la reestructuración bajo su égida del magmático movimiento republicano barcelonés para convertirlo en un partido, es sobre todo entre los elementos jóvenes donde encuentra apoyo y colaboración. Muchachos casi adolescentes o que acaban de superar la veintena, poco o nada vinculados a las viejas facciones y a los antiguos próceres del Ochocientos, se erigen en los «incondicionales» de Lerroux, los «lerrouxistas genuinos», los activistas más incansables y audaces, aquellos que nutrirán un primer equipo de propagandistas y oradores semiprofesionales, todoterreno, imprescindibles al nuevo diseño político que su jefe se halla en trance de desplegar: gentes como Manuel Santamaría (Zaragoza, 1880), Rafael Ulled (Sariñena, 1885), Juan G. Balugera (Barcelona, 1886), José Ulled (Sariñena, 1886), Enrique Orobitg, José Méliz, Alfonso Rocabruna, etc. [ 2 ]

Al mismo tiempo, el protagonismo juvenil se manifiesta también en la estructura orgánica del partido barcelonés, que desde marzo de 1903 ha adoptado la etiqueta de la nueva Unión Republicana Española. Si, hasta esa fecha, sólo existía en la ciudad una modesta Juventud Republicana de Barcelona, de ascendencia zorrillista, a lo largo de 1904 surgen la Juventud de Unión Republicana, las Juventudes Republicanas del distrito VII y del distrito IX, y la Juventud Obrera Republicana, que totalizan casi 400 socios, son baluartes del extremismo y, a la vez, vivero de futuros cuadros.

El rejuvenecimiento de la política republicana barcelonesa no es sólo un proceso práctico, sino que alcanza también en esos primeros años un cierto grado de explicitación teórica. Cuando, en octubre de 1905 y a través de uno de sus artículos más detonantes, Lerroux reclame para sí todo el poder dentro de la Unión Republicana local, incluirá entre los requisitos que debe reunir en adelante cualquier aspirante a concejal el siguiente:

«Ha de ser joven. A la tradición y a la experiencia contrastada dióseles ya representación longánima en el anterior bienio. De viejos es el arte de gobernar, me decía una vez, poco antes de morir, Castelar. Y le argüía yo que Cromwell, Pitt, Napoleón, Gambetta, Prim, no eran viejos. Y el incomparable orador me replicaba que ésos eran creadores de pueblos nuevos, de vida nueva, de nuevo régimen. Y que la juventud gobierna desde la oposición. Éste es el caso: vamos a gobernar desde la oposición y necesitamos juventud inteligente, robusta, capaz de toda lucha, de toda iniciativa de toda audacia, de todo sacrificio. Sus ardores se atemperarán con la templanza, mesura y experiencia de los varones ilustres que ya llevan dos años en el Ayuntamiento» [ 3 ] .

Sin embargo, es con el deslinde de campos que suscita en el seno del republicanismo barcelonés la aparición de Solidaritat Catalana cuando esta militancia juvenil que Lerroux ha ido atrayendo durante el quinquenio 1901-1905 cobra su máximo protagonismo. Significativamente, el primer periódico antisolidario lerrouxista — El Descamisado — lo promueve en junio de 1906 un grupo de jóvenes «de abolengo federal y admiradores de Lerroux» que, para provocar, se autodenominan La Purria. Poco después, en septiembre y bajo la presidencia de Rafael Ulled, la Juventud Republicana de Barcelona les imita creando otro semanario de combate que se hará célebre: La Rebeldía . Más en general, y cuando a finales de 1906 se consume la escisión de la Unión Republicana local entre solidarios y antisolidarios, todas las Juventudes Republicanas de la ciudad —seis en total—, así como la Asociación Escolar Republicana (que reunía a los estudiantes universitarios) marcharán con Lerroux a luchar contra la Solidaritat [ 4 ] .

En esa lucha, los dos núcleos juveniles agrupados en torno a los semanarios El Descamisado y La Rebeldía constituyen las guerrillas más agresivas, procaces e iconoclastas, aunque cada uno con su especialidad temática bien definida. La de El Descamisado es el españolismo a ultranza y el escarnio contra cualquier simbología catalanista. Dirigidos por el estudiante de Derecho Juan Moreno, sus redactores (Vicente Serrano Clavero, J. Peláez Tapia, Prudencio Bes, Mariano Castells, Enrique Tubau, Emilio Navarro, Domingo Gaspar...) dedican a los catalanistas epítetos como «truhanes», «sinvergüenzas » o «jumentos», se burlan de la bandera cuatribarrada y cultivan un patrioterismo español hecho de líricas alusiones a Lepanto, Trafalgar o Agustina de Aragón.

En cambio, el terreno de La Rebeldía —más clásico, más coherente con los moldes culturales del republicanismo español desde el siglo XIX — es el anticlericalismo y una exaltación revolucionaria tan llena de retórica como huera de perfil concreto. Es a los impulsores de este periódico —Ángel de Borjas Ruiz, Rafael Guerra del Río (Las Palmas de Gran Canaria, 1885), Juan Colominas Maseras (Barcelona, 1883), los ya citados Balugera, Santamaría, Rafael y José Ulled y algunos más—a quienes Lerroux dedica, en el primer número del semanario, el celebérrimo artículo que los consagrará como el paradigma del extremismo, como los enfants terribles, los comecuras y devoraburgueses del lerrouxismo. Se trata de un texto tan mítico y tan citado que merece la pena transcribirlo en su integridad:

«¡Rebeldes, rebeldes!...

Si habéis de ingresar en una disciplina rutinaria y atávica de jerarquías y de pontífices, de adhesión incondicional y de respeto sin límites; si venís a continuar la obra del pasado... jóvenes, plegad la roja bandera, dejad vírgenes las cuartillas, poneos los manguitos y volved al escritorio, vestíos la blusa y volved al mostrador, coged los libros y volved a la escuela donde se fabrican hombres de provecho sobre los textos de la tradición.

Pero si de verdad se ha encendido en vuestro corazón el fuego de la santa rebeldía, andad, seguid, seguid adelante sin parar, hasta que caigáis reventados en el camino o hasta que os salgan las barbas malditas de los hombres, donde hizo presa Dalila para rendir la fortaleza humana.

Rebelaos contra todo: no hay nada o casi nada bueno.

Rebelaos contra todos: no hay nadie o casi nadie justo.

Si os sale al camino un mozo y os dice: jóvenes, respetad a los viejos, decidle: mozo, entierra a tus muertos, donde no les profanen los vivos.

Si os apostrofan los genios alarmados de vuestra irrupción impetuosa y resonante, contestadles: somos la nueva vida. Adán nace otra vez.

Llevad con vosotros un bolsillo de respetos y un costal de faltas de respeto. El respeto inmoderado crea en el alma gérmenes de servidumbre.

Sed arrogantes como si no hubiera en el mundo nadie ni nada más fuerte que vosotros. No lo hay. La semilla más menuda prende en la grieta del granito, echa raíces, crece, hiende la peña, rasga la montaña, derrumba el castillo secular..., triunfa.

Sed imprudentes como si estuviéseis por encima del Destino y de la Fatalidad.

Sed osados y valerosos, como si tuviéseis atadas a vuestros pies la Victoria y la Muerte.

Sois la vida que se renueva, la naturaleza que triunfa, el pensamiento que ilumina, la voluntad que crea, el amor eterno.

Luchad, hermosa legión de rebeldes, por los santos destinos, por los nobles destinos de una gran raza, de un gran pueblo que perece, de una gran patria que se hunde.

Levantadles para que se incorporen a la Humanidad, de la que están proscriptos hace cuatrocientos años.

Jóvenes bárbaros de hoy, entrad a saco en la civilización decadente y miserable de este país sin ventura, destruid sus templos, acabad con sus dioses, alzad el velo de las novicias y elevadlas a la categoría de madres para virilizar la especie, penetrad en los registros de la propiedad y haced hogueras con sus papeles para que el fuego purifique la infame organizaciónsocial, entrad en los hogares humildes y levantad legiones de proletarios, para que el mundo tiemble ante sus jueces despiertos.

Hay que hacerlo todo nuevo, con los sillares empolvados, con las vigas humeantes de los viejos edificios derrumbados, pero antes necesitamos la catapulta que abata los muros y el rodillo que nivele los solares.

Descubrid el nuevo mundo moral y navegad en su demanda, con todos vuestros bríos juveniles, con todas vuestras audacias apocalípticas.

Seguid, seguid... No os detengáis ni ante los sepulcros ni ante los altares.

No hay nada sagrado en la tierra, más que la tierra y vosotros, que la fecundaréis con vuestra ciencia, con vuestro trabajo, con vuestros amores.

La Humanidad tiene una humilde representación en este extremo de Europa, tenido como un puente para pasar al África. Es la vieja patria ibera, la madre España, que baña sus pies en dos mares y ciñe a su frente la diadema de los Pirineos.

Ni el pueblo, dieciocho millones de personas, ni la tierra, 500.000 kilómetros cuadrados, están civilizados.

El pueblo es esclavo de la Iglesia: vive triste, ignorante, hambriento, resignado, cobarde, embrutecido por el dogma y encadenado por el temor al infierno. Hay que destruir la Iglesia.

La tierra es áspera, esquiva, difícil: necesita que el arado la viole con dolor, metiéndole la reja hasta las entrañas; que el pico rasgue los altozanos y la pala iguale los desniveles y el palustre levante las márgenes por donde han de correr, sangrados, los torrentes de agua que hoy se derraman estériles en ambos mares; necesita colonos que penetren en su alma y descubran sus tesoros, colonos que la cultiven con amor como los viejos árabes, caballeros del terruño que de nuevo con ella se desposen y auxiliados de la ciencia la fuercen a ser madre próvida de treinta millones de habitantes y la permitan, por su exportación, enviar aguinaldos de su rica despensa a otros 80 millones de seres que hablan en el mundo nuestro idioma.

“Escuela y despensa”, decía el más grande patriota español, don Joaquín Costa.

Para crear la escuela hay que derribar la Iglesia o siquiera cerrarla, o por lo menos reducirla a condiciones de inferioridad.

Para llenar la despensa hay que crear el trabajador y organizar el trabajo.

A toda esa obra gigante se oponen la tradición, la rutina, los derechos creados, los intereses conservadores, el caciquismo, el clericalismo, la mano muerta, el centralismo, la estúpida contextura de partidos y programas concebidos por cerebros vaciados en los troqueles que fabricaran el dogma religioso y el despotismo político.

Muchachos, haced saltar todo eso como podáis: como en Francia o como en Rusia. Cread ambiente de abnegación. Difundid el contagio del heroísmo. Luchad, matad, morid...

Y si los que vengan detrás no organizan una sociedad más justa y unos poderes más honrados, la culpa no será suya, sino vuestra.

Vuestra, porque en la hora de hacer habréis sido cobardes o piadosos.

A. L ERROUX » [ 5 ] .

Brillante pieza periodística de inspiración entre regeneracionista y soreliana, el texto no pretendía ser ni un catecismo ni un programa de acción. Pese a ello, y en el crispadísimo clima político reinante en Barcelona desde mediados de 1906, los destinatarios de la soflama y otros jóvenes lerrouxistas interpretaron seguramente las palabras de su caudillo como una invitación a la violencia. El caso es que, a partir del mes de octubre, elementos vinculados a La Rebeldía (los hermanos Ulled, Balugera, Joaquín Guasch, José Mínguez...) empezaron a interrumpir los mítines solidarios con vítores a España y a Lerroux que derivaban en alborotos, e incluso se constituyó algún grupo de acción —como el denominado Fructidor, al mando de Manuel Jiménez Moya— con el objeto de, si era preciso «castigar con mano fuerte o protestar con energía», hacerlo «con mayores consecuencias que las de una silba o una pedrea» [ 6 ] .

Esas consecuencias no tardaron en producirse. Cuando, en enero de 1907, el objetivo de los perturbadores fue un mitin carlista en la plaza de toros de las Arenas, los asistentes a éste respondieron a tiros y se originó una batalla campal con intercambio de más de doscientos disparos. Generalizado ya el uso de garrotes y pistolas, y llegando la campaña de las legislativas de 1907 a su recta final, el 7 de abril un tiroteo en el barrio obrero del Poblenou costó la vida del joven lerrouxista Fulgencio Clavería, jefe del «grupo revolucionario» del distrito X. Once días después, tal vez en venganza por la muerte de Clavería, elementos lerrouxistas del barrio de Hostafrancs atacaban la comitiva de los máximos dirigentes solidarios y causaban graves heridas de bala a Francesc Cambó. Conviene precisar que, en el fondo y en la forma —en el modo de actuar y en la mentalidad que las inspira—, tales actividades violentas tienen poco que ver con el escuadrismo miliciano de décadas posteriores, y mucho con las «partidas de la porra» tan propias de la política española del siglo XIX .

Entre abril y junio de 1907, tras la derrota electoral frente a Solidaritat Catalana y la ruptura definitiva con la Unión Republicana española leal a Salmerón, Alejandro Lerroux apuesta por promover una marca política propia de ámbito estatal y, en el terreno táctico, por acentuar el perfil izquierdista de su movimiento, difuminado bajo la carga identitaria del enfrentamiento Solidaridad-Antisolidaridad. Lo primero se traducirá en enero de 1908, en Santander, en la proclamación formal —aún no la creación real— del nuevo Partido Republicano Radical. Lo segundo se concreta, en Barcelona, en el protagonismo y el amplio margen de maniobra concedidos a diversos núcleos de jóvenes extremistas que, contando con órganos de prensa propios, se erigen en galvanizadores y arietes del lerrouxismo después de su descalabro electoral.

Se trata, por supuesto, de los elementos de La Rebeldía, que, en su primer aniversario, se jactan de haber acumulado veintisiete denuncias del fiscal, y de los Descamisados, alrededor del semanario homónimo. Ahora, además, aparecen el grupo revolucionario y el semanario La Kábila , impulsados por Bartolomé Calderón Fonte (Barcelona, 1886), León Júver, Joaquín Coca, Pedro Figueras, Luis de Villalobos... —estudiantes en su mayoría, algún ex ácrata—, así como una Agrupación República Social que quiere propagar, en el seno del lerrouxismo, las actitudes anticapitalistas y «la descentralización de la propiedad».

A título de iniciativas o proyectos que, en su mayor parte, no llegaron a cuajar, la prensa adicta informa también, en este período, sobre una Juventud Intransigente, una Juventud Rebelde, una Juventud Socialista Radical, una Juventud Revolucionaria de Barcelona... En un terreno más convencional —y más sólido— se inauguran la Juventud Radical del barrio del Fuerte Pío, la Radical Republicana del distrito III, etc. En el primer trimestre de 1908, once de las cuarenta y cinco entidades con sede propia que configuran la red organizativa lerrouxista en Barcelona tienen carácter juvenil y, lejos de atemperarlas, la marcha de Lerroux al exilio, aquel febrero, más bien las radicaliza. Durante los dieciocho meses anteriores a la Semana Trágica, el activismo de muchos cientos, tal vez un millar de jóvenes militantes constituye una de las mejores bazas del republicanismo radical en la ciudad que es su cuna y baluarte.

Es justamente ese protagonismo previo, junto con la estridencia de sus propagandas anticlericales —el semanario La Rebeldía tiene una sección fija titulada «Curas en salsa», El Descamisado otra bajo el enunciado «Monjas y beatas en el candelero y obreras en la miseria»...—, el que, cuando estalle la revuelta de julio de 1909 en Barcelona, señalará a los jóvenes lerrouxistas como los sospechosos ideales de haberla promovido o alimentado. Además, ¿acaso el caudillo ahora ausente no tenía ordenado a los «jóvenes bárbaros» todo aquello de «destruid sus templos, acabad con sus dioses, alzad el velo de las novicias...», «no os detengáis ni ante los sepulcros ni ante los altares», «hay que derribar la Iglesia», «luchad, matad, morid»? ¿No había sido éste, de modo casi literal, el programa de lo que la derecha bautizó como Semana Sangrienta o Semana Trágica?.

De algún modo, los jóvenes lerrouxistas fueron, a raíz de la revuelta,víctimas de la facundia literaria de su jefe tres años atrás. No, eso no significa negar que, en los días previos al 26 de julio de 1909, aquellos que la policía calificaba de «conocidos agitadores de la Casa del Pueblo» —los hermanos Ulled, Rafael Guerra del Río y otros— participaran en las protestas y disturbios contra el gobierno de Maura y contra la aventura militar en Marruecos. Es también verosímil —aunque no está probado— que, una vez iniciada la insurrección, los elementos citados, junto con Colominas Maseras, Gaspar, Calderón Fonte, etc., deseasen un mayor compromiso de su partido en ella y, al no lograrlo, se permitieran alguna intervención directa en la quema de iglesias y conventos igual que, sin duda ninguna, la tuvieron cientos de militantes y simpatizantes radicales, en especial jóvenes y mujeres.

Con todo y ello, es imposible evitar la sensación de que, una vez extinguida la revuelta, los jóvenes cuadros lerrouxistas fueron perseguidos no tanto por lo que habían hecho como por lo que representaban: el mito del «joven bárbaro» incendiario y violador de novicias. Guerra del Río fue detenido ya el 30 de julio y Manuel Santamaría unos días después, mientras Rafael y José Ulled, Gaspar, Calderón Fonte y otros conseguían refugiarse en el exilio francés. En cuanto a sus principales tribunas, la suspensión gubernativa que castigó tanto a El Descamisado como a La Rebeldía iba a suponer la muerte definitiva del primero y un golpe irrecuperable para la segunda [ 7 ] .

No es la Semana Trágica, sino el regreso de Lerroux del exilio (noviembre de 1909) y el subsiguiente traslado del centro de gravedad de su acción política a Madrid, al escenario estatal, lo que marca un punto de inflexión crucial y señala el comienzo del declive del lerrouxismo popular barcelonés, ese del que la agitación y la estridencia juveniles habían sido rasgos fundamentales. A partir de 1910, mientras el caudillo radical se codea con el presidente Canalejas, el PRR procura atraer a sus filas a enseñantes, abogados, pequeños comerciantes o funcionarios de la España interior (Madrid, Andalucía, Aragón, ambas Castillas...), y consigue —bien es verdad que por poco tiempo—fichajes tan sonoros como los de José Ortega y Gasset, Julián Besteiro, Fernando de los Ríos, Pío Baroja, Eugenio Noel, Jacinto Benavente, Joaquín Dicenta, Francisco Grandmontagne o Rafael Salillas; filósofos, juristas y escritores a los que la sugerencia de «levantar el velo de las novicias y elevarlas a la categoría de madres» no podía hacer ninguna gracia, ni siquiera como metáfora.

Así, pues, con el inicio de la segunda década del siglo XX , la nueva línea de moderación, gubernamentalismo, reformismo e interclasismo mesocrático marcada por Lerroux entra en contradicción flagrante con la cultura protestataria, demagógica, anticlerical y verbalmente revolucionaria de sus seguidores barceloneses, y en especial de los jóvenes. ¿Cómo se resuelve dicha contradicción? Pues francamente mal. De momento, y ante la aparente despreocupación del jefe por sus cachorros, bastantes de éstos tienden a ignorar los nuevos aires centristas y a promover plataformas autónomas —grupos, publicaciones — que mantengan el tono y el discurso del lerrouxismo originario.

Así, durante el trienio posterior a la Semana Trágica actúan una Juventud Rebelde de Barcelona —dirigida por Rafael y Jesús Ulled—; un grupo La Revuelta (Domingo Gaspar Mata, José Casanovas...) comprometido con la más ruidosa apología de la subversión; una Agrupación de Jóvenes Bárbaros bajo el mando de Juan Mujal, Alfonso Martínez Rizo, Félix Arellano, etc., cuyo objetivo confesado es «ir a la anarquía por la federación». El fenómeno, sin embargo, no se circunscribe a la ebullición organizativa, sino que posee un carácter decididamente hostil al aburguesamiento y al viraje moderado del partido, reclama el retorno «a la política de rebeldía, de oposición» [ 8 ] y, por consiguiente, adquiere a menudo un sesgo de contestación interna, de disidencia izquierdista.

El citado grupo La Revuelta, por ejemplo, se lanza durante los primeros meses de 1912, bajo el lema «¡la revolución o nada!», a denostar a los próceres bienpensantes del lerrouxismo local con epítetos como «renacuajos» o «fariseos». Poco después, en julio de ese mismo año, el conjunto de las Juventudes Radicales de Barcelona convoca el que debe ser su «último mitin», un acto tumultuoso en el curso del cual declaran concluida la etapa de propaganda legal —«¡Pueblo, todo está por vengar! Basta de discursos...»—, anuncian su paso a la acción revolucionaria y prometen «no rendirnos hasta lograr que en breve ondee la bandera republicana sobre los escombros humeantes de la monarquía y de la Iglesia». A continuación, y enarbolando las banderas —rojas— de La Revuelta y de la Agrupación de Jóvenes Bárbaros, cientos de jóvenes asistentes al mitin protagonizan duros enfrentamientos callejeros con la policía al precio de dos docenas de detenidos [ 9 ] . Semanas más tarde, la mayoría de las juventudes del PRR en la capital catalana abandonan la actividad pública y acuerdan disolverse formalmente, se supone que para pasar a la acción revolucionaria clandestina.

El impacto que tales sucesos causan en la opinión republicana barcelonesa es considerable. El diario El Intransigente asegura: «Las Juventudes Republicanas Radicales, que en tiempos de Solidaridad Catalana no abandonaron un momento a Lerroux, se dispersan y disgregan [...] Las Juventudes que siempre habían sido los “guerrilleros” del ejército radical, que han tenido que emigrar, que han sido encarcelados y muchos de ellos heridos en las contiendas de la lucha, no están dispuestos a hacer más el juego a tantos “señores” que solamente se han acordado de ellos cuando se han aproximado elecciones, y que, pasadas éstas, se han visto abandonados [...] Las Juventudes radicales se disuelven porque ya no creen en Lerroux» [ 10 ] .

Por su parte, el diario La Publicidad hace de la situación un análisis más sutil y más complejo:

«El caudillo radical no pretende dejar a las juventudes huérfanas de organización, unas veces con el nombre de kábilas y otra con el de jóvenes bárbaros. Pero quiere que permanezcan a honesta distancia de los órganos directores del partido, despojados de toda autoridad para que ni un solo momento puedan quedar él y el partido a merced de alguno de sus caprichos.

Ya conocen nuestros lectores a esas famosas juventudes radicales. No son en el fondo revolucionarias, como creen algunos juzgando por las apariencias [...] Mas en el seno del lerrouxismo representan el elemento activo por excelencia, y el que goza de mayores prestigios entre la masa militante del mismo.

Cuando a Lerroux le convino excitar a esos jóvenes, les excitó para sacarlos de sus casas y ponerlos, en la calle, frente al enemigo. En horas aciagas para Lerroux y para su partido, las juventudes han permanecido fieles al caudillo y a la causa sosteniendo tenaces campañas de propaganda. Pero ahora el señor Lerroux, que tiene cimentada su posición social, que pacta con elementos de la derecha para la constitución de grandes empresas bancarias [...], ahora que ha logrado ser personaje de la política española, la compañía de esas juventudes le molesta. Son, para sus proyectos, una constante pesadilla. Porque su partido, educado en una escuela de exaltación continua a la violencia y al crimen, se amoldará difícilmente a ese nuevo modo de ser, moderado, casi conservador, a que ha ido a parar el caudillo al cabo de una evolución a través de la cual ha pasado del rojo más vivo a un pálido casi blanco» [ 11 ] .

Hasta aquel momento, Alejandro Lerroux había mantenido hacia las díscolas juventudes que invocaban su nombre y contradecían sus directrices una actitud de crítica paternalista y condescendiente ante las «calaveradas de los hijos rebeldes»: «No es posible que el partido vaya arrastrado por enardecimientos irreflexivos de jóvenes que no han llegado todavía a la hora en que, con el bigote sobre el labio, se puedan presentar como responsables... Esto se ha acabado ya. La juventud la quiero y la necesito para que vigorice mi partido con sus entusiasmos, con sus locuras, locuras generosas pero subordinadas a las conveniencias del partido. Para que nos diga cuándo hemos de ir a la revolución [...] para eso no la quiero» [ 12 ] .

Sin embargo, la gravedad de lo ocurrido en el verano de 1912 —el «último mítin», la disolución formal...— obliga al caudillo a intervenir. Por una parte, deja sentada la doctrina de que «las juventudes han representado siempre como ahora la vanguardia del partido, pero queremos que se limiten ellas al ejercicio de lo que les es propio, pues formadas por jóvenes desinteresados y abnegados deben antenerse alejadas de lo que implique responsabilidad en la dirección, y ser como siempre el alma revolucionaria del partido» [ 13 ] . Al mismo tiempo, y después de que la nueva Constitución Municipal del PRR barcelonés contemple la existencia en su seno de una «Asociación de Juventud» estrechamente subordinada a la disciplina del partido, en diciembre de 1912 las diecisiete entidades juveniles por entonces activas en la ciudad y provincia se agrupan en una Federación de Juventudes Radicales [ 14 ] .

A diferencia de la inmensa mayoría de otras organizaciones juveniles impulsadas por partidos políticos a lo largo del siglo XX —que son instrumentos de captación y reclutamiento de adeptos entre el segmento joven de la sociedad—, la Federación de Juventudes Radicales nace fundamentalmente para contener , controlar y disciplinar al gran número de jóvenes que ya militaban desde tiempo atrás en el lerrouxismo. La tarea, con todo, no será nada fácil.

El nuevo organismo oficial, con los treinta años como límite de edad para sus afiliados, y provisto rápidamente de un órgano de prensa, el semanario Revolución (1913-1919), debe tratar de afirmarse como única expresión legítima de los jóvenes del PRR, lo cual conlleva tachar de «perturbadora, perjudicial e inmoral» cualquier otra iniciativa periodística o política juvenil con marchamo lerrouxista. Siendoasí, los incidentes y los conflictos no se harán esperar: excomunión contra el grupo La Revuelta, ruptura con Juan Mujal y su Agrupación de Jóvenes Bárbaros (que en 1914 dan a luz otro periódico, Raza Nueva ), surgimiento de una Joven Guardia Revolucionaria, salida a escena de un grupo de «jacobinos» que —al mando del incansable Domingo Gaspar Mata—reclama «el poder, la dirección de las Juventudes Radicales, para lanzarlas furiosas contra los enemigos», puesto que sus actuales responsables «ni siquiera sirven para agitar una botella de agua...» [ 15 ] .

Al margen de cuál fuese su capacidad agitatoria, lo cierto es que la propia Federación de Juventudes Radicales comenzó su andadura bajo el signo de la inestabilidad y de las discrepancias entre oficialistas y críticos. Durante sus cinco primeros meses de vida, el organismo tuvo tres presidentes distintos —José María Dordal, Julio de No y Cristóbal Rodríguez Cárdenas—, mientras su periódico, Revolución , conocía cuatro directores, unos y otros más ocupados en dictar medidas disciplinarias que en hacer labor orgánica.

Con todo, y a la vuelta de un año, la Federación logró consolidarse y hasta crecer: en 1914 ya eran 22 las entidades juveniles adheridas, y más de 500 los asociados asistentes a la asamblea anual. A medida que los elementos más díscolos, extremistas o sinceramente revolucionarios iban abandonando o siendo expulsados de la organización, ésta quedó en manos de un núcleo dirigente formado por Rafael Ulled (presidente en el trienio 1914-1917), Jesús Ulled (presidente a partir de marzo de 1917), Rafael Guerra del Río, Elías Fité, Julián Clapera y un corto etcétera, exponentes de un izquierdismo tibio y demasiado vinculados a la cúpula del partido como para poderse permitir grandes estridencias críticas.

¿Significa esto que, domesticados y con un peso cada vez menor en el seno del lerrouxismo barcelonés, los jóvenes radicales han quedado reducidos a un papel de comparsas o de claqué? No exactamente. Aun capitidisminuidas y censuradas por el jefe —que les reprocha la osadía de «discutir con quien les puso en la vida»—, las Juventudes Radicales son el sagrario del menguante izquierdismo del partido, el factor que le permite todavía retener en su órbita a ciertos sectores populares. Es a elementos jóvenes del PRR a quienes corresponde, desde 1910, enfrentarse —a garrotazos y a tiros— con el requeté carlista envalentonado tras la Semana Trágica, ya sea en las Ramblas barcelonesas, en Sant Feliú de Llobregat o en Granollers; no menos de cuatro muertos lerrouxistas en tales choques permiten a El Progreso afirmar: «constituimos la vanguardia de las fuerzas liberales españolas» [ 16 ] .

Son también los jóvenes radicales quienes, ante la reactivación de las operaciones militares españolas en el norte de Marruecos, contravienen la discreción de Lerroux y desempolvan en 1913 las consignas antibelicistas y anticolonialistas de cuatro años atrás: «¡abajo la guerra!», «los moros defienden sus hogares y sus casas...», «deben ir a África los frailes...», «¿con qué derecho vamos a civilizar Marruecos?». Por descontado, son esos mismos elementos los únicos que aún cultivan la provocación antirreligiosa —«No creemos en Dios. Deseamos la prohibición de las religiones positivas» [ 17 ] —, los que en julio de 1914 demandan del Ayuntamiento la erección de un monumento a Ferrer i Guàrdia (y obligan a Lerroux a desactivar y enterrar tan inoportuna iniciativa), los que combaten un proyecto de Exposición de Industrias Eléctricas en el que están comprometidos ilustres correligionarios [ 18 ] . Son ellos, también, los que a partir de agosto de 1914 empuñan con más contundencia la bandera de la propaganda aliadófila, los que promueven toda clase de gestos de apoyo y simpatía hacia los países aliados y sus dirigentes, los que propugnan la intervención española en la Gran Guerra al lado de Francia, Gran Bretaña y, después, los Estados Unidos.

Si el transcurso de la segunda década del siglo lleva consigo el agravamiento de la crisis político-social española y, en paralelo, la acentuación del giro burgués y conservador del Partido Republicano Radical, ese mismo período contempla también a la primera generación de cuadros juveniles lerrouxistas acceder a cargos institucionales de elección popular: concejales del Ayuntamiento de Barcelona (Juan Gómez Balugera en 1911, Juan Colominas Maseras en 1913, Rafael Ulled en 1915, Rafael Guerra del Río en 1917...), diputados provinciales (Ángel de Borjas Ruiz, Rafael Guerra del Río y Rafael Ulled en el cuatrienio 1911-1915, José Ulled entre 1915 y 1919...) y hasta un diputado al Congreso (Guerra del Río, elegido por Las Palmas en 1920). Pues bien, no deja de ser significativo que, en medio de la convulsión social posterior a la Gran Guerra, algunos de estos antiguos «jóvenes bárbaros» ya incorporados al establishment (Guerra del Río, José y Rafael Ulled...) se distingan como abogados laboralistas en la defensa de la CNT, que arriesguen la vida y sean objeto de detenciones y atentados por desenmascarar las connivencias entre la policía y el pistolerismo blanco, que Guerra del Río utilice su escaño en Madrid, durante el bienio 1920-1922, para denunciar la sangrienta vigencia en Barcelona de la «ley de fugas».

Entretanto, otros jóvenes lerrouxistas sin cargo (Julián Clapera, Jesús Ulled, Elías Fité...) abogan abiertamente por la complementariedad entre radicalismo y sindicalismo cenetista, y proponen que el PRR sea, «dentro del Estado, el órgano de expresión política de la democracia sindical» [ 19 ] . Con ánimo de favorecer tan problemática entente, ellos imprimen clandestinamente Solidaridad Obrera en épocas de suspensión gubernativa de ésta, y hacen desde las publicaciones radicales —cuando la censura lo permite— una sistemática denuncia de las fechorías de Bravo Portillo, Arlegui o Martínez Anido.

Homenaje tal vez a los propios orígenes, o simples gestos de decencia moral en medio de unos años de plomo, tales conductas individuales no tienen ya consecuencias políticas cuando el conjunto del Partido Radical barcelonés—y la Federación de Juventudes dentro de él— ha entrado en una fase de esclerosis tan aguda como irreversible. Fieles a su idiosincrasia hasta el fin, los jóvenes lerrouxistas —algunos de cuyos líderes rebasan ya ampliamente la treintena— protagonizan nuevos cismas intestinos, fracturas personales, plataformas paralelas a la oficial (todavía en 1922 aparece el grupo La Nueva Rebeldía, con el infatigable Jesús Ulled a su frente) y espasmos renovadores que no desembocan en nada: «el Comité directivo de nuestras juventudes —escribe un militante— no hace otra cosa que “reunirse” de vez en cuando, sin que de estas reuniones salga una solución, un programa, ni siquiera una orientación que tienda a encauzar las energías de las juventudes republicanas...» [ 20 ] .

El problema, en realidad, es que ya no hay energías. Que, desde 1919 en adelante, las Juventudes Radicales arrastran una vida rutinaria y supeditada siempre a las conveniencias del jefe y del partido, una existencia fantasmal, meramente burocrática y formularia, sin apenas participación de los afiliados, sin capacidad movilizadora ni renovación de los órganos directivos, una ficción sólo apta para que los gacetilleros de El Progreso aludan al «espíritu inquieto y simpático de la juventud» como el toque entrañable y pintoresco en los actos del partido.

«No hay juventudes en las filas del Partido Radical», escribe un diario lerrouxista en 1921. «Desde aquella gloriosa generación de la que formaron parte los malogrados Borjas Ruiz y Balugera, y los hoy prohombres Guerra del Río, Colominas Maseras, Santamaría, Canales, Rafael y José Ulled [...] que tanto y tan vehementemente lucharon por las ideas republicanas [...], nadie ha venido a ocupar los puestos que esos amigos nuestros han dejado vacantes en las filas mozas. Parece que ellos se llevaron consigo el calor que encendía en sus vírgenes pechos la llama pura del ideal» [ 21 ] .

Implacable en su mordacidad, el también republicano El Diluvio había descrito poco antes la situación en términos menos líricos: «la Casa del Pueblo, frecuentada sólo, cuando no hay elecciones a la vista, por cuatro jóvenes de buena fe que se entretienen jugando al dominó o bailando los domingos el agarrao mientras esperan que se les otorgue una plaza de barrendero o de burot (consumero)...» [ 22 ] .

Bastante antes del advenimiento de la dictadura, el cesarismo cada vez más distante de Lerroux, el viraje ideológico y programático del Partido Radical y su anquilosis organizativa en Cataluña, junto con los profundos cambios del escenario político, social y societario barcelonés, han aniquilado el poderoso atractivo juvenil que la bandera lerrouxista poseía dos décadas atrás, reduciéndolo al de una cada vez más modesta oficina de colocación.

NOTAS

  • [ 1 ] La Veu de Catalunya, 19 de mayo de 1901.
  • [ 2 ] Los lugares y fechas de nacimiento en NAVARRO , E.: Historia crítica de los hombres del republicanismo catalán en la última década (1905-1914), Barcelona, Ortega & Artís, 1915.
  • [ 3 ] «Al pueblo», La Publicidad, 12 de octubre de 1905.
  • [ 4 ] Sobre todo este proceso véase CULLA I CLARÀ , J. B.: El republicanisme lerrouxista a Catalunya (1901-1923), Barcelona, Curial, 1986, pp. 139-155.
  • [ 5 ] La Rebeldía, 1 de septiembre de 1906.
  • [ 6 ] El Progreso, 28 de diciembre de 1906 y 12 de enero de1907.
  • [ 7 ] Sobre el lerrouxismo barcelonés hasta 1909 y la Semana Trágica son también de consulta obligada ROMERO MAURA , J.: La rosa de fuego. El obrerismo barcelonés de 1899 a 1909, Barcelona, Grijalbo, 1975, y ÁLVAREZ JUNCO , J.: El emperador del Paralelo. Lerroux y la demagogia populista, Madrid, Alianza, 1990.
  • [ 8 ] De una conferencia de R. Guerra del Río reseñada por El Progreso, 14 de octubre de 1910.
  • [ 9 ] La crónica en El Progreso, 2 de julio de 1912.
  • [ 10 ] El Intransigente, 27 de agosto de 1912.
  • [ 11 ] La Publicidad, 26 de agosto de 1912.
  • [ 12 ] El Progreso, 23 de octubre de 1911.
  • [ 13 ] El Progreso, 14 de octubre de 1912.
  • [ 14 ] Las bases constitutivas, muy breves y vagas, en El Progreso, 13 de noviembre de 1912.
  • [ 15 ] Véase, sobre todo esto, CULLA I CLARÀ , J. B.: op. cit., p. 259.
  • [ 16 ] El Progreso, 15 de julio de 1912.
  • [ 17 ] Titular de la revista Raza Nueva, 3 de abril de 1915.
  • [ 18 ] Sobre todo, el mecenas del partido, Joan Pich i Pon. Ese proyecto será el germen de la futura Exposición Internacional de 1929 en Barcelona.
  • [ 19 ] Citado en CULLA I CLARÀ , J. B.: op. cit., p. 333.
  • [ 20 ] El Progreso, 3 de febrero de 1923.
  • [ 21 ] «¿Hay jóvenes en las filas radicales?», El Radical, 17 de octubre de1921.
  • [ 22 ] El Diluvio, 21 de enero de1920.

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