Scherzo

Enescu: Proteico y descomunal

por Arturo Reverter

Scherzo nº 198, junio 2005

Hace aproximadamente un mes que se ha cumplido medio siglo de la muerte en París de George Enescu, nombre y apellido que su permanente contacto con Francia ha transformado en Georges Enesco. Y es muy posible que, pese a la evidente importancia que dentro de la historia de la música moderna tuvo este personaje, hoy sea un perfecto desconocido para la mayoría de los aficionados y aun para muchos profesionales. A lo sumo se lo relacionará, dentro de su actividad como compositor, con las dos Rapsodias rumanas , creadas a principios del XX, y, dentro de su carrera interpretativa, seguramente alguien recordará que fue uno de los grandes violinistas de su tiempo, a la altura de sus predecesores —por fecha de nacimiento— Ysaÿe o Kreisler o del posterior Heifetz; y, por supuesto, de su continuador y discípulo predilecto Yehudi Menuhin.

Pero Enescu —empleemos el apellido original— fue mucho más que eso; mucho más de lo que pueden creer hoy profesionales dedicados a la música. Un auténtico monstruo cuya creación —poco más de treinta obras catalogadas— posee una relevancia fuera de duda y que es urgente recuperar y actualizar, ponerla al alcance del interesado; y algo se ha venido haciendo en los últimos años en el mundo discográfico, sobre todo a cargo de compañías rumanas. La escucha de sus pentagramas puede producir agradables sorpresas; hasta el punto de que no se considere una exageración la creencia, sostenida por importantes musicólogos, críticos e intérpretes, de que representaría en el panorama de la música de su país parecido papel al que, más o menos coetáneamente, cumplían en sus respectivas zonas geográficas y sociales compositores como Janácek (Checoeslovaquia y, más concretamente, Moravia) o Bartók (Hungría); y, nos atreveríamos a decir, salvando diferencias claras en cuanto a estilo y a manera de manejar el material, Manuel de Falla, en todo caso creador de ese folclore imaginario de precisa elaboración (ahí tenemos la Fantasía bætica ) que tanto había distinguido al autor de El mandarín maravilloso o al músico citado en primer lugar, prodigioso inventor de las células motoras, producto de una reconversión de lo popular, que cuajarían en obras maestras del calibre de Kata Kabanova o Desde la casa de los muertos .

En esa línea de fuerte presencia del entorno, de estilización superior, podríamos colocar a nuestro homenajeado, que, sin embargo, poseía otras muchas cualidades que lo convertían en un ejemplar raro, de espectro más amplio y rico, más proteico y abarcador. Antes de comentar las cualidades que hacían de Enescu un autor de originalidad y elocuencia indiscutibles debemos pergeñar algunos de los rasgos que definieron su personalidad musical múltiple, de una pasmosa variedad, de un recorrido descomunal. Durante sesenta años bien contados el artista de Liveni-Virnav, localidad situada al norte de Moldavia, desarrolló una actividad imparable, continua, desaforada como violinista, pianista, director de orquesta, profesor, organizador de actividades y, naturalmente, compositor. Aunque en él todo iba un poco unido, combinado. Lo mismo daba hoy un recital con el instrumento de cuerda y al día siguiente acompañaba a Thibaud desde el piano que, pasado mañana se ponía ante una orquesta para dirigir una de sus obras o la Heroica de Beethoven o que daba el salto y descendía al foso operístico para gobernar un Lohengrin . Y a la semana siguiente impartía unas clases magistrales ilustradas sobre la técnica violinística en Bach y a continuación tocaba el Concierto de Beethoven. Todo ello sin dejar de escribir música, de hablar con unos y con otros, de aconsejar, de guiar, de profundizar en cualquier tipo de pentagrama de cualquier época.

Carrera fulgurante

Por supuesto que aquí no vamos a trazar una línea detallada, sino que haremos unas cuantas alusiones y aportaremos unos datos acerca del desenvolvimiento profesional, como intérprete y creador, de este potente músico. Algunas referencias que nos permitan centrar su figura y ponernos en posición de poder entender y apreciar su figura. Nacido en 1881 en un hogar en el que la música estaba muy presente, a los cuatro añitos ya comenzó a tocar el violín imitando a los artistas populares que animaban los bailes callejeros. Dados su afición y su destreza, su talento y dedicación, mostrada asimismo en su primera composición —titulada El país rumano, obra para violín y piano — es enviado en 1890 al Conservatorio de Viena donde estudia nada menos que con Joseph Hellmesberger hijo (violín) y Robert Fuchs (armonía y composición). En casa del primero conoció a Brahms, que lo acompañó en el primer movimiento del Concierto de Mendelssohn. Después de presentarse en su tierra, se traslada a París en 1895 a fin de ampliar su formación y estudia con Massenet y Fauré (composición), Martín Pierre Marsick (violín) y André Gédalge (contrapunto). Entre sus condiscípulos figuraban, entre otros, gentes de la talla de Ravel, Schmitt, Ducasse, Koecklin y Vuillermoz. Dos años más tarde lo encontramos en la ciudad del Sena tocando ya música de su cosecha: Sonata nº 2 para violín y piano ( op. 2 ), Quinteto para cuerdas y piano , Suite en estilo antiguo para piano nº 1 ( op. 3 ), Nocturno y Saltarello para violonchelo … Tenía sólo 16 años. Su marcha es a partir de aquí absolutamente irrefrenable, incansable. Y no se detendrá más que con su muerte la noche del 3 de mayo de 1955.

Enescu continúa tocando y componiendo, presentando su música, estrenada generalmente en su país. En enero de 1901 interpreta en París la Sinfonía Española de Lalo, a principios del año siguiente funda un trío con Alfredo Casella y Louis Fournier. Más importante es la creación, un par de años después, del Cuarteto que lleva su nombre y en el que participaban el último de los citados más Henri Casadesus y Fritz Schider. Para entonces ya había escrito y estrenado, en Bucarest, sus dos Rapsodias rumanas op. 11 , que él mismo dirigió, con lo que daba también uno de sus primeros pasos con la batuta en la mano. Esas populares Rapsodias encontrarían enseguida el favor del público y de los directores y orquestas. El mismo Pablo Casals, que mantendría con Enescu una estrecha relación, sería el encargado de presentar en París, en febrero de 1908, la nº 2 . El opus entero le serviría al compositor para hacer su debut en Roma unas semanas más tarde. En octubre del año siguiente el músico hace su primera aparición, a lo largo de una amplia tourné , en Rusia.

1911: La Filarmónico-Sinfónica de Nueva York dirigida por Gustav Mahler ejecuta por primera vez en América una obra de nuestro artista: la Suite para orquesta nº 1, op. 9 . Este concierto, de enero, abre el camino a otros, como el desarrollado en Boston en febrero de 1912, que incluye la Rapsodia nº 1 . Aún falta bastante para que el propio creador recale en los Estados Unidos; antes hará otras muchas cosas y dará infinidad de conciertos; como los programados en España y Portugal en diciembre de ese año, y antes también pondría en práctica una serie de iniciativas, así la creación en su país, en 1917, de la Orquesta Sinfónica de Iasi, que vendría en llamarse justamente Enescu. No es hasta 1923 que el músico realiza su primera gira por el Nuevo Mundo. El 5 de enero toca en Filadelfia, bajo la dirección de Stokowski, el Concierto para violín de Brahms. Será la primera de las muchas veces que actuará en Estados Unidos en los años venideros, tocando, dirigiendo y estrenando sus pentagramas en colaboración con las mejores formaciones sinfónicas de la Unión. No dejaba Enescu de tocar y presentar en sociedad las obras de sus colegas. Ahí lo tenemos en mayo de 1927 dando a conocer en París la Sonata para violín de Ravel, que lo acompaña al piano. En septiembre de 1928 es cuando Yehudi Menuhin llega a Sinaia para tomar lecciones con Enescu. Comenzará así una larga colaboración y una gran amistad.

Avanzamos en el tiempo —que no tiene puntos muertos en esta narración. Una fecha importante es la de 27 de abril de 1931, en la que termina la orquestación de la ópera Œdipe , dedicada a Maria Rosetti-Tescanu, que se convertiría años más tarde en su mujer. Es uno de los más grandes logros de nuestro creador y que no será estrenada hasta el 13 de marzo de 1936 en la Ópera de París. En páginas vecinas se publica un ensayo sobre esta ópera.

A vuelapluma, entre las múltiples actividades del artista, podemos citar, por ejemplo, como especialmente señalada, su intervención junto a David Oistrakh, bajo la batuta de Kondrashine, en el Conservatorio de Moscú, en el Concierto para dos violines de Bach. En la misma sesión, de abril de 1946, Enescu dirigirá la Sinfonía nº 1 de Chaikovski y dos fragmentos de la Suite sinfónica Paisajes moldavos de su compatriota Mihail Jora. En junio del año siguiente interpreta en Estrasburgo las Sonatas para violín solo de Bach y toca con Menuhin, ante la mirada de Klemperer, aquella obra concertante bachiana. Diciembre de 1950 contempla la desaparición de un amigo, compañero y compatriota, el pianista Dinu Lipatti. Durante varios meses de 1951 desarrolla sus actividades en Inglaterra, muchas de ellas en Londres, con la Orquesta de Boyd Neel, que había ya dirigido muchas veces. En septiembre de ese año participa en una serie de entrevistas en la Radio francesa: se somete al fuego graneado del crítico Bernard Gavoty. Estas conversaciones han constituido un material precioso para el conocer sus autorizadas opiniones sobre las cuestiones más candentes de la música y para profundizar en su rica figura.

La personalidad

Cúmplenos ahora hablar de las cualidades interpretativas y creadoras de nuestro músico. Como violinista, tocando, ya en años de relieve y fama, primero un Stradivarius, después un Guarnerius y por último un instrumento fabricado expresamente para él por Paul Koll, debía de poseer un sonido especialmente amplio y generoso, cálido y timbradísimo, un fraseo cordial, bien articulado, emotivo, de configuración muy natural, de línea límpida, excelentemente acentuada, con inflexiones casi humanas. Cualidades que en cierta medida —quizá no el temperamento— supo comunicar a Menuhin y a otros famosos discípulos tales como Arthur Grumiaux, Christian Ferras e Ivry Gitlis, magníficos instrumentistas, cada uno en su estilo. Los sellos Biddulph, Naxos y EMI conservan algunas grabaciones históricas en las que podemos calibrar con algunas dificultades esas virtudes en traducciones de música propia, de Bach y de Beethoven.

Existen asimismo algunos registros que nos lo acercan en su calidad de director con páginas de varios autores, en algunos supuestos acompañando a Menuhin. Hay una Sinfonía nº 2 de Schumann con la Filarmónica de Londres, grabada para Decca en 1949 y que hasta no hace mucho era posible encontrar en compacto editado por Dutton Laboratoires. La mayoría de sus grabaciones proceden de la era de los discos de 78 revoluciones, bastantes de ellas realizadas en Rumanía y hoy difícilmente localizables. Al parecer su talento, que lo impulsaba y elevaba también frente al teclado, se revelaba en estos casos de la misma manera, con un trazado de la frase cargado de intención y un colorido orquestal muy rico y variado. Desde luego, Enescu, eso no hay duda, desplegaba idéntico entusiasmo en todas estas labores, ayudado sin duda de su prodigiosa memoria. Es muy curioso y, sin duda, admirativo, el retrato que le hacía Menuhin como prólogo del libro de Noel Malcolm ( George Enescu, His Life and Music . Toccata Press. Londres, 1990). Entresaquemos unas líneas:

“Si es posible para el lector imaginar un hombre de mente enciclopédica que nunca olvidó nada de lo que oyó o leyó o vio en el curso de su vida y que podía recordar instantáneamente y tocar del modo más apasionado cualquier partitura de Bach, Wagner o Bartók; si puede el lector imaginar también que esa mente pertenecía al más generoso y desinteresado de los corazones de un ser humano lleno de nobleza y belleza física, de presencia, de rasgos faciales muy románticos y siempre impulsado por un genio creador en la palabra, en la enseñanza, en la dirección, tocando el violín o el piano y, muy especialmente, componiendo, la imagen aún podría no estar completa; un hombre lleno de humor (y divertido caricaturista además) tanto como de profunda filosofía, que conversaba en las lenguas y hablaba de las literaturas de Europa, un hombre imbuido de las más altas formas de caballerosidad y patriotismo… Éste podría ser el retrato del maestro que tuve desde los once años…” “El más extraordinario ser humano, el músico más grande y la influencia más formativa que nunca he experimentado”. Así concluía Menuhin su descripción del maestro. Opiniones parecidas es posible localizar en escritos o manifestaciones de otras figuras de la música. Recordemos únicamente la de Pablo Casals, que no se quedaba corto: “Enescu fue el más grande fenómeno musical desde Mozart”.

Luces y sombras de una estética Los estudiosos de la obra de Enescu, incluso los menos panegiristas, mantienen que las últimas composiciones del músico rumano son comparables a las mejores partituras de Bartók o Ravel. Quizá sea ir demasiado lejos, aunque también hay que reconocer que la mayoría de ellas son prácticamente desconocidas, o insuficientemente conocidas, fuera de Rumanía. Según Malcolm, no se puede juzgar al compositor únicamente por sus creaciones más difundidas, que son, evidentemente, las dos Rapsodias rumanas , pentagramas sin duda eficaces, brillantes, equivalentes a las de Liszt en ciertos aspectos, escritas en París en un momento de reacción contra el racionalismo excesivo de la música francesa. Obras en todo caso de grata audición que recogen y visten con galas espectaculares un folclore por ello muy poco elaborado, escasamente estilizado. Al auténtico Enescu, al que hay que seguir y exponer, es el camerístico, el más abstracto, bien que pueda partir de un trabajo sobre temas populares reconocibles. En este sentido es ejemplar su Sonata nº 3 para violín y piano op. 25 , de 1926, que lleva adosada la leyenda “en el carácter popular rumano”. Aquí ha desaparecido toda referencia rapsódica y se deja en gran libertad a los dos instrumentos, que rivalizan en refinamiento. Escritura modulante del violín, subrayada por las constantes rítmicas del piano. Rebatet habla de “transfiguración de la vena popular, de pureza melódica, de ardor rítmico, de modernidad de un trazado que incluye hasta cuartos de tono. Una obra maestra del folclore imaginario”.

Nos cuenta Malcolm que las increíbles dotes memorísticas de Enescu, su claridad mental, sus facultades de comprensión lo convertían en un poderoso constructor. Con todo el material de una obra totalmente presente en su intelecto en cualquier momento, no es sorprendente que el músico quedara fascinado por el placer de crear una complicada y delicada red de temáticas interconexiones en cada pieza y que usara formas cíclicas para incorporar al final la totalidad de los elementos intervinientes. Cosas que apartaban su escritura de la rutina. El “estilo orgánico” de Enescu generaba motivos que llegaban a ser realmente germinales, celulares. Todo ello, estima Malcolm, dotaba a su música de una sonoridad muy peculiar, menos placentera que la de un tardío romanticismo y más que la de un modernismo hecho y derecho, lo que la diferenciaba de la de sus coetáneos. Porque, y esto está bien visto, los ideales curiosamente románticos que nunca abandonaron al compositor, otorgaban a su creación una suerte de expresividad que permanecía sorprendentemente incontaminada, alejada de cualquier sentido de crisis, de los conflictos tan habituales en la música moderna. De ahí que su escritura, concluye el biógrafo inglés, esté libre de todos esos vicios e ironías, pastiches y alienaciones tan abundantes en otros compositores y sea, si así puede decirse, eminentemente pura. Un compatriota de Enescu, el director Sergiu Comissiona, durante algunos años titular de la Orquesta Sinfónica de la RTVE y recientemente fallecido, recordaba esta frase del artista rumano, al parecer pronunciada en su lecho de muerte: “La música ha de ir del corazón al corazón”. Una sentencia muy bella, pero que tampoco nos da ninguna clave para hacernos una idea cabal del sentido, estilo y configuración de unos pentagramas.

Un estudioso tan profundo y sabio como Harry Halbreich reconocía lo extremadamente difícil que era definir el estilo de Enescu. A primera vista parece tradicional, incluso heredero de Brahms y, en ciertos aspectos, de su maestro Fauré. Pero “esta curiosa y rara simbiosis cultural germano-latina se efectúa en una personalidad excepcionalmente fuerte y original”. El lenguaje de Enescu se forjó lentamente y llegó a poseer una originalidad y una audacia raras. En él se detectan evidentemente fuentes greco-bizantinas, tan propias de la música rumana, y elabora una heterofonía compleja como alternativa a la polifonía de la tradición occidental. Su concepción del tempo , la complejidad y riqueza de los ritmos y de las combinaciones polirrítmicas podrían hacer pensar en Messiaen, subraya el musicólogo belga; pero luego la apariencia sonora, el resultado tímbrico, las texturas no tienen nada que ver. Lo curioso es que hay pocas músicas tan complejas como la de Enescu y que posean tantos problemas de análisis; lo que se apreciaba ya en una obra temprana como el Octeto para cuerdas de 1900.

Rasgos impresionistas

Hay un tema interesante que es el de la posible relación de los pentagramas de Enescu con los de la música impresionista; una cuestión que realmente se plantea respecto a todos aquéllos creados en Europa en los años paralelos o posteriores al fenómeno musical nacido en Francia de la mano fundamentalmente de Debussy. Lo mismo se dijo, por ejemplo, de los salidos de las plumas del polaco Szymanowski o del checo Martinu, de los elaborados por los ingleses —Holst, Delius y otros—, de los emanados de Respighi en Italia o, por supuesto, de los fabricados por Manuel de Falla. Aunque los compositores españoles herederos del gaditano renegaban del impresionismo, como de cualquier otro ismo, en sus timbres y sonoridades, en sus texturas y colores cabe localizar la huella de don Claudio o de su coetáneo, autor de una música con puntos de contacto, Ravel. Así lo comprobamos escuchando algunas partituras de Ernesto y Rodolfo Halffter, de Bacarisse, de Pittaluga; o de catalanes como Mompou o Blancafort.

Pero, a lo que íbamos, ¿podemos encontrar realmente en Enescu esa huella con claridad? No parece que el compositor rumano fuera del todo indiferente a esa influencia. Después de todo en ciertos trazos impresionistas se detectan aires modales o derivados de músicas orientales, de los que participan también composiciones provenientes de esa zona de Europa, un poco encrucijada entre el este y el oeste, que es Rumanía. A veces era solamente una cuestión de atmósferas. Hay autores que constatan indudables influencias impresionistas en algunas obras de Enescu, como las Suites nº 1 y 2 , las Sinfonías nº 1 y 2 , la ópera Œdipo , el Concierto-obertura sobre motivos rumanos o el poema sinfónico Vox Maris . “Las similitudes entre el impresionismo y la música de Enescu —nos dice Gabriela Ocneamu— llegan a ser más evidentes si se refieren a otras tendencias musicales concurrentes a comienzos del siglo XX, tales como su común oposición al academicismo y su diferente aproximación al neoclasicismo en términos de forma e intensidad; están caracterizados estilísticamente por los siguientes rasgos: a) independencia de la clásica simetría en el desarrollo del ritmo y de la melodía (incluyendo el rubato , utilizado con frecuencia por el compositor de Liveni-Virnav); b) intervalos regulares (no tan frecuentes en Enescu); c) melodía modal, que hace uso de escalas heptatonales; d) modal funcionalidad vertical de la armonía basada en leyes diferentes a las del tonalismo; e) refinado colorido instrumental basado en la utilización de resortes técnicos y expresivos, y f) tratamiento de la voz humana con finalidades coloristas y no solamente como portadora de elementos conceptuales”.

Ocneamu termina su estudio con estas acertadas conclusiones: 1. Enescu, como representante de las escuela musical rumana, estuvo estrechamente unido a las corrientes de comienzos de siglo, entre las que el impresionismo no ocupaba una plaza menor; 2. Enescu asimiló esas corrientes tanto como para poder más adelante, junto a otros compositores asimismo representantes nacionales de otras escuelas, darles su máximo valor; 3. En esta línea Enescu ayudó a revelar ciertas características comunes a la espiritualidad humana que podrían aparecer y crecer en el momento más favorable.

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