Política Exterior

Etanol brasileño, la solución que nadie quiere ver

por Alfonso Daniels

Política Exterior nº 118, Julio / Agosto 2007

La industria del etanol tiene más de 30 años en Brasil. Extraído de la caña de azúcar, con mayor eficiencia energética y sin los impactos sobre los precios alimentarios del producido en EE UU, el etanol brasileño, alternativa real al petróleo, es la punta de lanza de su política energética.

Una espesa humareda planea sobre interminables campos de caña de azúcar en Piracicaba, una ciudad agrícola situada 150 kilómetros al noroeste de São Paulo. Bienvenido al motor de producción de etanol más importante del mundo, fuente de lo que el gobierno brasileño denomina solución “verde” al calentamiento global.

El etanol –producido principalmente a partir de caña de azúcar o maíz– constituye el 90 por cien de los biocombustibles (el resto es biodiésel) producidos en el mundo y, según Otaviano Canuto, responsable de Brasil del Banco Mundial, contamina un 60 por cien menos que el petróleo. En Sustainable bioenergy: a framework for decision makers, publicado por las Naciones Unidas en abril de 2007, se sostiene que los biocombustibles son la única alternativa a corto plazo para sustituir la gasolina en el transporte, fuente principal de la emisión de gases de efecto invernadero, especialmente dióxido de carbono (CO2). En 2005, la producción mundial de etanol fue de 9,66 millones de galones, de los cuales Brasil produjo el 45,2 por cien y Estados Unidos el 44,5 por cien. Esto debería suponer una buena noticia para atajar la crisis del calentamiento global. La década de los noventa fue la más cálida desde que se tienen registros y la Tierra se calentó 0,6ºC el pasado siglo. El Panel Internacional sobre Cambio Climático (PICC) predice que, si no se adoptan medidas, las temperaturas aumentarán entre 1,4ºC y 5,8ºC para 2100, con efectos catastróficos para el planeta.

Brasil proyecta triplicar la superficie destinada a producir etanol en los próximos 10 años, aumentándola de tres a nueve millones de hectáreas. Con este objetivo en mente, el gobierno brasileño ya habría rubricado un acuerdo interno con agricultores y empresarios para que la expansión no se efectúe a costa de talar bosques, sino que proceda de pastizales y un quinto de cultivos de soja.

El enorme potencial de producción de etanol en Brasil se comprueba en la ruta que une São Paulo con Piracicaba. Campos de caña de azúcar se extienden hasta el horizonte a ambos lados de la autopista, en terrenos donde antiguamente se cultivaba café. En Piracicaba, un continuo ir y venir de camiones repletos de caña circulan por estrechos caminos rurales de tierra, al tiempo que máquinas agrícolas se afanan en cosechar la caña en campos pertenecientes a varias familias. Éstas se los alquilan a la empresa Cosan, dueña de una inmensa fábrica de producción de etanol y azúcar, donde trabajan cerca de 2.000 personas, y que exporta a Europa y EE UU. El calor es intenso dentro del complejo industrial, que emite un fuerte olor amargo, similar al de los campos en España durante la recogida de la aceituna, que se huele a kilómetros a la redonda.

Pero, ¿qué tipo de etanol?

La espesa humareda durante el amanecer, provocada por la quema de los campos para facilitar la cosecha, muestra que el etanol brasileño no es tan “verde”. Algunos expertos aseguran que esta práctica agrícola genera una cantidad de CO2 que anula la contribución positiva del uso de etanol sobre el efecto invernadero. “La quema la hacemos en mitad de la noche, cuando no hace viento”, comenta Rodrigo Santos, un agricultor de la zona. “Es vital evitar incendios, pero es imposible prevenirlos”, añade.

Las personas que viven en la región se ven directamente afectadas por el humo. Según Gustavo Fonseca, vicepresidente de la organización Conservation International, “existe una verdadera preocupación por los efectos de la polución en la salud de trabajadores y de la población local, debido a las partículas de carbón que quedan en el aire”. Un estudio de José Eduardo Delfini, de la Sociedad Paulista de Neumología, apunta que el aumento de partículas contaminantes generadas por la quema de caña es directamente proporcional al aumento de ingresos hospitalarios por problemas respiratorios en zonas de producción de etanol. Delfini señala que en Piracicaba la media de microgramos de partículas contaminantes es de 56, igual que en São Paulo, que tiene 20 millones de habitantes. Durante la cosecha, esta proporción alcanza los 88 microgramos, cuando la tasa permitida por el Consejo Nacional de Medio Ambiente brasileño es de 50.

Expertos y técnicos de Cosan señalan que en São Paulo, donde se produce la mayoría del etanol brasileño, se quema alrededor del 70 por cien de la caña. Esta proporción es aún mayor en los Estados de Minas Gerais y Matto Grosso del Sur. En São Paulo se acordó la elimininación de la práctica de la quema para 2005, pero el ex gobernador del Estado y ex candidato presidencial, Geraldo Alckmin, amplió el límite a 2031.

Las autoridades brasileñas reconocen el problema. El ministro de Agricultura brasileño, Reinhold Stephanes, asegura que quieren “llegar a un acuerdo con productores y agricultores para acabar con las quemas en 2020”, y añade que la utilización de cosechadoras será la clave para conseguir este objetivo, algo que, según él, ya ha comenzado a hacerse. Sin embargo, en Piracicaba se observa que el uso de maquinaria no elimina la quema de cultivos. Además, los esfuerzos por acabar con esta práctica no se reflejan sobre el terreno, ya que la proporción de campos quemados en São Paulo se ha mantenido estable en los últimos dos o tres años, según las propias empresas productoras de etanol.

¿Podría convertirse Brasil en la Arabia Saudí del etanol? La respuesta es sí. El etanol brasileño es más eficiente que el estadounidense al estar producido a partir de caña de azúcar en vez de maíz. Según el informe del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), Biocombustibles: ¿La fórmula mágica para las economías rurales de América Latina y el Caribe?, de noviembre de 2006, el etanol brasileño es competitivo si el precio del barril de petróleo se mantiene por encima de los 40 dólares, mientras que en el caso del estadounidense el precio debería de ser 60 dólares y en el europeo 80 dólares. La Agencia Internacional de la Energía predice que los precios del petróleo se mantendrán entre 48 y 62 dólares hasta 2030.

El etanol brasileño genera ocho unidades de energía por elemento fósil consumido en su producción, mientras que el de EE UU únicamente alcanza 1,3 unidades de energía. Para producir el mismo volumen de etanol, EE UU necesita más del doble de la superficie de maíz que Brasil con caña de azúcar, igual que ocurre con los productos básicos para biodiésel.

En Brasil hay unos 300 millones de hectáreas agrícolas y solo tres se usan para producir etanol y otras tres para azúcar. Según Stephanes, en la actualidad, el 25 por cien de los combustibles han sido sustituidos por etanol, y Brasil podría reemplazarlos totalmente con el cuatro por cien de sus tierras de cultivo actuales. Por su parte, EE UU tendría que transformar la mitad de la producción de maíz en etanol; necesitaría un 15 por cien de su tierra agrícola para conseguir una mezcla del 10 por cien de etanol en su gasolina. El citado informe del BID señala que Brasil podría cubrir estas necesidades del mercado estadounidense con el tres por cien de su superficie dedicada a la agricultura.

Un estudio de la Universidad de Toronto de 2006 concluía que no es posible aumentar la producción de etanol a partir de maíz en EE UU más allá de una sustitución del 15 por cien del consumo de gasolina. En este sentido, el propio departamento de Energía estadounidense asegura que faltan décadas para que los productores locales alcancen los niveles de productividad brasileños.

La Unión Europea, que produce esencialmente biodiésel, está aún más atrasada en la producción de biocombustibles. Según el BID, la UE tendría que dedicar un 70 por cien de su tierra agrícola a la producción de etanol para sustituir el 10 por cien de los combustibles. Por ejemplo, Alemania, el mayor productor de biodiésel, con 1.900 millones de litros, representa un 54 por cien de la producción mundial, pero sólo supone un dos por cien del consumo del diésel total. Para cubrir esta demanda, Alemania tendría que cultivar 1,5 millones de hectáreas de colza y girasol, el 10 por cien del área total cultivada, sin contar con la sustitución de la gasolina.

Combustible de largo recorrido

La ventaja competitiva de Brasil se debe a que comenzó su programa para promover el uso de etanol hace más de 30 años. El etanol no es nuevo: Nicolaus Otto, inventor del motor Otto, en 1876, utilizó etanol en uno de sus motores, y el primer vehículo que construyó Henry Ford funcionaba con etanol. Durante la Segunda Guerra mundial, Brasil y otros países usaron etanol para extender lo más posible los suministros de gasolina, una práctica que desapareció tras el conflicto. Pero fue el gobierno militar brasileño en la década de los setenta el que decidió apostar por este combustible a raíz de la primera crisis petrolera, en 1973, a consecuencia de la guerra árabe-israelí. Pocos lugares se vieron tan afectados por esta sacudida en los precios como Brasil, que importaba el 80 por cien de petróleo que consumía. En 1975, el líder militar brasileño, Ernesto Geisel, ordenó que la gasolina se mezclara con un 10 por cien de etanol, porcentaje que aumentó hasta el 25 por cien en cuatro años.

El gobierno ayudó a la industria del etanol ofreciendo préstamos a bajo interés y garantizando el precio de sus productos. Estos esfuerzos aumentaron tras la segunda crisis petrolera, provocada en 1978 por la caída del sah en Irán y la revolución islámica. En 1983, nueve de cada 10 nuevos coches en Brasil usaban sólo etanol, algo que cualquier visitante podía comprobar nada más aterrizar en Brasil por el olor dulce que desprendían los tubos de escape.

Los subsidios hicieron que el etanol fuera un 35 por cien más barato que la gasolina. Con la democracia y la caída de los precios del petróleo, en 1986, el gobierno empezó a cuestionar el mantenimiento del precio del etanol por debajo del de la gasolina. La hiperinflación de esos años, forzó a Brasilia, ante las recomendaciones del Fondo Monetario Internacional, para controlar el gasto público. En 1989, el presidente José Sarney puso fin a los subsidios al etanol. Este biocombustible perdió aún más atractivo en los noventa, cuando el precio del azúcar se elevó, al tiempo que la empresa estatal Petrobras descubría nuevos campos petrolíferos, con lo que se redujo la importación de crudo.

La subida del precio del petróleo a partir de 2000 convirtió de nuevo al etanol en un producto viable. Pero quedaba un obstáculo que superar: convencer a unos consumidores desconfiados de que el etanol se mantendría más barato que la gasolina en el futuro. En 2003 se desarrollaron los primeros vehículos de biocombustible, o de motor “flex-fuel”, que funcionan con cualquier combinación de etanol y gasolina, una revolución teniendo en cuenta que hasta entonces los automóviles sólo podían usar uno de los dos combustibles. En la actualidad, más de la mitad de los coches brasileños utilizan etanol y el 95 por cien de los nuevos vehículos son “flex-fuel”.

Las ventajas del etanol brasileño no radican solo en su mayor eficiencia, sino en que no tiene ninguno de los inconvenientes del producido en otros países. Concretamente, el etanol que promueven estadounidenses y europeos, a partir de maíz y oleaginosas (colza y girasol), respectivamente, ha provocado fuertes aumentos en los precios de los alimentos. Así, el maíz y arroz han alcanzado niveles históricos en el mercado estadounidense.

A finales de 2006, se produjeron disturbios en México, en protesta por el inc reme nto del precio de las tortillas de maíz, base de la dieta de la población mexicana. México importa de EE UU el 80 por cien del maíz que consume. El precio del maíz pasó de 2,80 a 4,20 dólares por bushel (35,2 litros). EE UU produce el 40 por cien del maíz mundial y supone más de la mitad de las exportaciones de este producto. La crisis fue tan grave que el presidente mexicano, Felipe Calderón, se vio forzado a introducir en enero de 2007 controles en los precios de los productos derivados del maíz.

Según el Internacional Food Policy Research Institute de Washington, si los precios del petróleo siguen altos y la demanda de biocombustibles aumenta, el precio del maíz en el mercado mundial aumentará un 20 por cien en 2010 y un 41 por cien en 2020, mientras que el de trigo aumentará un 11 por cien en 2010 y un 30 por cien en 2030.

La ONU ha advertido sobre la posibilidad de que la producción de biocombustibles provoque una crisis alimenticia mundial. Los más afectados serían los habitantes de países en desarrollo, que gastan la mayor parte de sus ingresos en alimentos. El Banco Mundial estima que 2.700 millones de personas vivían en 2001 con menos de dos dólares al mes. Según la Organización de la ONU para la Agricultura y la Alimentación (FAO), 820 millones de ellas sufren desnutrición. La producción en otras zonas que se están sumando a la fiebre de los biocombustibles tampoco aporta soluciones, más bien al contrario. El sureste asiático, por ejemplo, lucha por aumentar su producción de biodiésel, pero a costa de eliminar bosques tropicales para cultivar aceite de palma que después se transforma en este producto.

Existe un consenso creciente sobre el riesgo que supone producir ciertos tipos de biocombustibles. Fuentes tan dispares como The Economist y el líder cubano, Fidel Castro, han advertido sobre estos riesgos, una coincidencia de posturas casi inédita. La revista británica concluyó que “como combustible verde, el etanol es una buena idea, pero el tipo que produce EE UU es malo”.

La expansión internacional del etanol brasileño consiguió salvar un obstáculo significativo tras el acuerdo alcanzado entre Brasil y Venezuela durante la primera Cumbre Suramericana sobre Energía, celebrada en la isla venezolana de Margarita el pasado abril. Poco antes, el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, con el apoyo de Castro, se había declarado opuesto a que la tierra cultivable se destinara a “alimentar automóviles”.

Un alto funcionario del ministerio brasileño de Asuntos Exteriores reconoció que estos comentarios les produjeron estupor, y añadió que sospechan que podría tratarse de una llamada de atención de Chávez al presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, para que no se aproxime demasiado a su homólogo estadounidense, George W. Bush. Lula visitó a Bush en Camp David poco después de que ambos concluyeran, en marzo, una alianza estratégica para promover la producción de etanol. Según el mismo funcionario, el viaje de Lula fue un error.

El primer paso hacia la resolución del conflicto la dio el ministro de Asuntos Exteriores de Brasil, Celso Amorim, a través de un artículo en un medio local una semana antes de la cumbre energética: “a diferencia de la caña de azúcar, el maíz no es adecuado, económica y socialmente, para la producción de etanol”. Se oponía así, por primera vez de forma abierta al etanol estadounidense, diferenciándolo del brasileño. El siguiente paso lo dio Chávez durante la cumbre de Isla Margarita, al afirmar que no estaba contra los biocombustibles, sino que se oponía a que EE UU promoviera la producción de etanol a partir de maíz, lo que, en su opinión, podría provocar hambrunas en el mundo.

“Hoy es imposible separar en lo energético a Brasil de EE UU. El etanol es un proyecto compartido que para Brasil es una oportunidad histórica: poder instalarse como una potencia energética de biocombustible en el lapso de una década”, concluía el analista venezolano Alberto Garrido. “Chávez y Lula evitaron una confrontación abierta, tienen demasiados proyectos en común. Pero en la práctica seguirán caminos paralelos”, añadió.

Apostar por los biocombustibles

Teniendo en cuenta que Brasil puede expandir exponencialmente su producción de etanol, parecería que el futuro de este producto es brillante. Nos acercaríamos así al objetivo de los productores: que el etanol satisfaga el 25 por cien de la producción mundial de energía en 2025 y el 30 por cien en 2030. Hoy el etanol y los biocombustibles en general, a pesar de su gran expansión en los últimos años, cubren apenas el uno por cien del consumo total de combustibles.

Sin embargo, existe un último y, hasta ahora, infranqueable obstáculo para su masificación: la falta de voluntad política de los países occidentales para atajar el problema del calentamiento global. Es cierto que la producción de biocombustibles se ha multiplicado por dos en los últimos cuatro años, y se espera que vuelva a doblarse en los cuatro próximos, y varios países están proyectando o ya han introducido objetivos ambiciosos de consumo de etanol. Por ejemplo, según datos del BID, Japón prevé sustituir un 20 por cien de la demanda de petróleo con biocombustibles y gas licuado en 2030; Canadá se ha marcado el objetivo de mezclar con un 10 por cien de etanol el 45 por cien de la gasolina en 2010; la UE prevé una mezcla con etanol del 5,75 por cien en todos los combustibles (diésel y gasolina) para 2010; en EE UU, el Renewable Fuels Standard (RFS) exige el uso de 28,4 billones de litros de biocombustibles en 2012; Brasil se ha fijado el objetivo de una mezcla de biodiésel del dos por cien hasta 2008 y del cinco por cien hasta 2013. Otros países, como Colombia, Venezuela o China también prevén mezclas del diez por cien de etanol en gasolina en las zonas de mayor población.

Sin embargo, EE UU y la UE imponen altos aranceles sobre importaciones de etanol brasileño y no ofrecen ninguna señal de que estén dispuestos a eliminarlos, ni siquiera reducirlos. Según el citado informe de la ONU, al impedir la importación de biocombustibles producidos más eficientemente en otros países, Occidente estaría “desviando más tierras para producir comida de lo necesario”. EE UU impone un arancel de 51 centavos de dólar por galón a las importaciones de etanol brasileño, una medida que el Congreso estadounidense prorrogó el 8 de diciembre de 2006 hasta 2009. Los aranceles impuestos por la UE son todavía mayores, según el Banco Mundial. Aún así, Brasil consiguió exportar 600 millones de dólares de etanol en 2005, cifra que se doblará en 2010. Los principales clientes brasileños son Japón y Suecia, interesados en utilizar este combustible para cumplir sus obligaciones bajo el Protocolo de Kioto.

Para los expertos, las incongruencias de Washington y Bruselas se deben a la presión de los agricultores. En Europa, la presión provendría sobre todo de los productores de etanol de España, Francia y Suecia. Mientras, en EE UU, provendría de los agricultores del medio Oeste, que reciben subsidios millonarios para cultivar maíz. “Sin duda, hay una presión de los productores locales de etanol de EE UU, no solo para mantener estos aranceles, sino también las ayudas agrícolas, que son de 50 centavos de dólar por galón para el propio etanol”, afirma Luis Alberto Moreno, presidente del BID. Moreno reconoce que “no va a ser una cosa rápida” eliminar estos aranceles, pero sostiene que es necesario continuar promoviendo el etanol y otras alternativas al petróleo.

Moreno y Jeb Bush –hermano del presidente Bush, y gobernador de Florida hasta enero pasado– anunciaron en diciembre de 2006 la creación de una Comisión Interamericana de Etanol para apoyar proyectos y aumentar la concienciación entre los consumidores estadounidenses. Pero, por ahora, su influencia sobre los gobiernos parece en entredicho, y los propios fundadores hacen hincapié de que se trata de una iniciativa individual.

Tampoco es motivo de esperanza que la UE apoye la producción de etanol en lugares alternativos como Mozambique y otros países africanos. Según el embajador británico en Brasil, Peter Collecott, “la idea es que el etanol producido (en África) suministre al mercado africano, especialmente Suráfrica, para convertirlo en un producto global”. Pero Collecott no quiso entrar en detalles sobre los aranceles, y aseguró que este asunto “está siendo analizado”, y que todavía queda más de una década para atajar el problema del calentamiento global.

Diversos expertos afirman que el proyecto africano es una manera de retrasar los plazos, ya que se necesitarán años para adaptar genéticamente los cultivos de azúcar en nuevos países, por lo que no supondrían una amenaza a la producción interna europea. Brasil de hecho tardó más de 20 años en desarrollar las más de 500 variedades que utiliza, que tienen que ver con el tipo de suelo y las plagas. Fuentes del ministerio de Agricultura brasileño aseguran que este desarrollo llevará años de investigación previa. No obstante, Brasil se ha comprometido a apoyar a África en el ámbito de los biocombustibles.

Si no se abren los mercados internacionales al etanol brasileño, la única esperanza radicará en el desarrollo del etanol de segunda generación, producido a partir de celulosa. Esto permitiría que nuevos cultivos agrícolas de plantas con alto potencial de producción de celulosa –residuos de la producción agrícola, madera y hasta residuos sólidos municipales– pudieran usarse como base para producir etanol.

Según Jeff Tschirley, uno de los autores del último informe sobre bioenergía publicado por UN-Energy, grupo compuesto por todas las agencias de la ONU que trabajan en el campo de la energía, se estima que las fábricas de celulosa desarrollarán este producto industrialmente en unos 10 años, aunque se mantuvo cauto: “La celulosa cambiará totalmente las reglas de juego, pero tenemos que tener cuidado con las estimaciones, ya que en los años ochenta decían que esto se conseguiría en los noventa, y la realidad es que ahora solo hay dos fábricas de etanol a partir de celulosa en el mundo”. Tschirley insistió en que, aún considerando una futura producción de etanol con celulosa, alcanzar el objetivo del 25 por cien de la energía a través del etanol en 2025 es sólo “razonable” para algunos países y no a escala global.

Las últimas proyecciones del departamento de Energía de EE UU prevén que el consumo global de energía aumentará un 71 por cien entre 2003 y 2030. Por tanto, la única solución para sustituir la gasolina y atajar el calentamiento global radicaría en potenciar el etanol brasileño, recortando los aranceles que pesan sobre él, al tiempo que el gobierno de Brasil soluciona el problema de la polución provocada por la quema de cultivos de caña. Estas medidas son urgentes, a no ser que estemos dispuestos a viajar menos en avión, reducir la demanda de energía y construir plantas nucleares de forma masiva, algo que sólo unos pocos creen que vaya a suceder.

Alfonso Daniels es periodista freelance radicado en Londres. Ha escrito sobre Latinoamérica para publicaciones como el Sunday Telegraph y el Observer.

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